Somos corredoras y lo hacemos en todas partes.

Esa es una de las maravillas de nuestro deporte. Podemos correr en donde sea.

Una de las muchas razones por las que disfruto correr es que solamente necesito meter los tennis en la maleta, llevarlos en la cajuela del coche o tenerlos siempre listos en la puerta de mi casa para salir.

Se necesitan un par de tennis, pasión y ganas. Nada más.

Mientras más tiempo pasa, mientras más carreras corro, mientras más nuevos caminos conozco, más confirmo que, a pesar de toda la tecnología que hoy en día existe para optimizar nuestros entrenamientos, correr es mucho más sencillo que eso. Correr es simplemente arrancar, querer salir.

Así lo constaté una vez más esta semana. Como ya saben, no vivo en México pero este verano estaré aquí de visita varias semanas y mi estancia en el DF coincide con el arranque de mi entrenamiento rumbo al maratón de Washington en octubre, así que lo primero que hice al llegar fue planear dónde, cuándo y con quién correría en nuestro amado DF.

Recien pasó mi cumpleaños y mi únco deseo para celebrar mi gran día era simple: salir a correr en la mañana con mi compañero de training, mi amado Javi, y tomar café juntos.

Salir a correr. Literal. No quería tomar el coche para llegar al Bosque de Tlalplan y ahí correr. Yo quería correr de la puerta de casa de mi mamá hasta los Viveros para ahí correr un poco más.

Mi madre vive en la lateral del periférico entre Altavista y Las Flores. Para las que no son familiares con esta área imagínense que salir de ahí a correr es literalmente salir a la avenida de mayor circulación en la ciudad: el periférico.

Fue muy divertido ver cómo los coches y las personas en la banqueta nos veían como un par de locos. Ibamos muy pro con todo el outfit de corredores, con botella de agua en mano y ¡toda la actitud! He de confesar que el escenario no era el ideal pues los caminos están llenos de baches, las banquetas son estrechas y cruzar las avenidas de Revolución e Insurgentes entre camiones, metrobús y automóviles requiere de cierta habilidad.

Mientras corría trataba de concentrarme en no caer en algún hoyo, en seguir a Javi y no perderme, en cruzar la calle en el momento correcto y entre tantos pensamientos de pronto caí en cuenta de lo feliz que me hace correr aún en las circunstancia «menos prácticas«.

No llevaba registro de la distancia, ni de mi velocidad ni del tiempo. Esa mañana sólo salí a correr y recordé por qué me encanta, confirmé lo bien que me hace, experimenté una vez más esa sensación que amo y pensé que todas podemos ser corredoras. Aquí, allá, en cualquier lugar y en cualquier momento.

Qué bien me sentí de regreso a casa; bien dicen por ahí que no hay nadie que alguna vez se haya arrepentido después de una rica sesión de entrenamiento.

Nada te sabe tan delicioso como una buena carrera. No importa si es corta o larga, si vas rápido o muy lento; no importa si estás en el bosque o a la orilla del periférico. El chiste es correr.

Y después de mi carrera por las calles de la ciudad, pensé que era el momento de visitar los lugares donde corren mis amigos del DF y me colé en el grupo de corredores de mis amigas que entrenan para el maratón de NY.

Corrimos en el Bosque de Tlalpan durante 1 hr 10minutos y, más allá de la delicia de una mañana de entrenamiento, disfruté compartir con mis amigos la pasión y el gusto por correr.

La cita fue a las 7:30 am y me llamó la atanción la cantidad de gente reunida desde temprano. El bosque estaba lleno y las caras de la gente reflejaban eso; el gusto y la pasión por correr.

Qué afortunados los capitalinos de tener estos espacios en medio del caos de una ciudad como el DF y que afortunada yo de tener la oportunidad de compartirlo con ellos; este aire único de ciudad combinada con bosque es un verdadero regalo.

Sigamos corriendo, conquistando lugares y olores, atrayendo miradas y ¿por qué no?, contagiando el virus para que cada día seamos más las que podamos decir  soy corredora.