Un día desperté y sabía que era el momento ideal para correr 21K.
Bueno, parece fácil decirlo pero fue una decisión que me costó más de una noche sin dormir. Así de grande es mi pasión por correr ¡imagínense!
Fue un mes y medio antes de mi primer 21K cuando esa idea empezó a hacer más ruido en mi cabeza; pues después de haber corrido mis primeros 15K seguidos me sentía imparable y con cero cansancio. Sabía que había salido de mi zona de confort y que, al llegar a aquella línea de meta solo había sido el primer paso de algo grande. Al cabo de una semana de desvelos, de analizar todas las posibilidades, sabía que ese Medio Maratón de la Ciudad de México lo iba a conquistar junto con mi mamá, así que decidí contárselo a mis padres y ellos apoyaron mi decisión.
No quedaba mucho tiempo así que inmediatamente decidí entrar en acción: compré los tenis que usaría ese día y me los puse en cada entrenamiento que hice previo a la carrera, mi alimentación fue más cuidada, mis tiempos de descanso también formaron parte importante en este pequeño lapso de tiempo, el ejercicio se volvió mi aliado.
Y llegó el día, así de un abrir y cerrar de ojos. Desde la entrega de kits sentía ese ambiente positivo y lleno de nervios. Ya no había más por hacer, el gran momento estaba a escasas horas de ocurrir, solo necesitaba descansar y seguir visualizando aquella línea de meta.
A las 4:00 am del domingo 26 de julio de 2015 sonaron las alarmas de toda la casa, jamás me había despertado tan feliz y llena de nervios al mismo tiempo. Me alisté y mientras desayunaba revisaba que no fuera a olvidar nada, no quería ni un error ni una sorpresa antes de la gran carrera. A las 5:00 am decidimos partir y parece que el tiempo había volado, pues entre el camino hacia el Monumento a la Independencia, buscar estacionamiento, ir al baño y ubicar nuestro bloque de salida habían dado las 6:45am. Los nervios se hacían presentes “¿No olvido nada? ¿Toalla, bolsitas con miel, audífonos, app lista?” parecía loca preguntándome todo esto en voz alta. Empezó a sonar el Himno Nacional y cantábamos mientras pensaba que había llegado el momento. Cuenta regresiva, nervios a flor de piel, cada vez más cerca de las letras que marcan la SALIDA y de pronto comencé a correr.
Mi canción favorita a todo lo que daba, mi playlist fue fundamental durante todo el trayecto, me mantuvo motivada muchísimo tiempo. Éramos corredoras y corredores de todos los tamaños y edades; “¡somos muchísimas las locas y locos que preferimos desayunar 21K que quedarnos a dormir!” fue lo que pensé mientras corríamos esos primeros metros donde toda la gente detrás de las vallas te empiezan a apoyar y mandar sus buenas vibras para que todo salga bien, y eso te motiva aún más.
El camino parecía muy fácil desde el inicio, empezamos a dispersarnos en el transcurso de los primeros kilómetros, encontré mi ritmo de carrera mientras observaba por donde pasábamos; siempre me ha ayudado mucho ver los paisajes urbanos cuando corro mientras mis piernas, un paso tras otro, se dejan llevan pareciendo que se mueven solas. Y así siguió el recorrido, entre la gente que seguía apoyando, cámaras por todos lados, carteles que tenían dedicatoria, zancadas largas y seguras. Estrenábamos la calle de Presidente Masaryk recién remodelada, pasamos a un lado del circuito Gandhi, y casi en frente del Auditorio Nacional ya llevábamos 10K ¡ni los había sentido! Me sentía muy bien en ese punto, me seguía echando porras yo solita pues ya iba más cerca de la mitad de la carrera y parecía ir todo perfecto: “Venga Daniela, eres una campeona, cero cansancio, sigue así” me repetía a mí misma. La euforia de la mitad de carrera fue disminuyendo un poco porque sabía que venía la parte más demandante de toda la ruta, del kilómetro 10 al 13 pura subida. Aun así no dejé que se apagara mi mente positiva; “no dejes de correr, sigue adelante” “ya llevas más de la mitad” “tú puedes, no cualquiera está aquí” se escuchaban gritar a la gente. Ya por el kilómetro 12, hice uso de mi bolsita con miel, para que me diera energía y siguiera con mi esfuerzo de no parar hasta el kilómetro 13.
Con mucho esfuerzo llegué hasta el 13K y como todo lo que sube debe de bajar, ¡a aprovechar se ha dicho! No dudo que todos nos hayamos recuperado con semejante bajada, volteaba a mi alrededor y todos cambiaban su expresión de “Ni un metro más de subida” por un semblante más relajante. “Lo lograste, superaste la parte más difícil, sigue así” me decía a mis misma.
Sigo corriendo, ya no tan fresca como al principio, pero con muchas ganas de seguir. La gente me empieza a rebasar con más frecuencia llegando al kilómetro 17, al parecer esto no me importaba tanto hasta ese punto, sin hacerle mucho caso seguí corriendo. Entramos al Bosque de Chapultepec y es aquí cuando empezó el verdadero reto. Cerca del kilómetro 18.5 fue cuando mis piernas parecían cada vez apagarse y con ellas también mi mente, bajé mi ritmo hasta trotar, no sabía que me pasaba, mis lágrimas empezaban a salir cuando alguien gritó que ya llevábamos 18.5K y que no nos rindiéramos (por eso que lo recuerdo tan bien). Mi cerebro captó eso rápidamente y fue ahí cuando algo dentro de mi resurgió, “Ya corriste 18.5K, ya no te falta mucho, rendirse a otro lado”. Poco a poco retomé mi ritmo, cambié mis lágrimas por mi mejor sonrisa, mi dolor por mis ganas de seguir, mi cansancio por ese orgullo que no te deja caer. Ya sólo faltaba un kilómetro y algunos metros para llegar cuando un amigo mío me grita animándome, pero esa no fue la mayor sorpresa, volteo del otro lado y veo a mi novio con un gran ramo de rosas, motivada al mil llego a la meta.
Lágrimas, abrazos, amor, emoción, alegría, de todo al final de la carrera ¡LO HABÍA LOGRADO!
Todo ese recorrido conmigo misma me dejaría una lección de vida que tengo presente hasta estos días: Que fueron veintiún kilómetros noventa y siete punto cinco metros y razones para demostrarme que si me lo propongo, puedo lograrlo. Que esa enorme idea en mi mente de correr semejante distancia pudo más que mi cansancio momentáneo. Que no hay reto grande para una persona. Que la constancia será tu mejor amiga. Que cuando amas lo que haces, difícilmente renuncias a ello. Que me atreví a probar mis límites y que descubrí que no los tengo. Que seguiré corriendo hasta encontrarlos. Reafirmé que nací para correr y que ese primer 21K fue el primer paso para lo inimaginable. Que ese día no solo gané fuerza, confianza y una medalla, sino también me había ganado el ser llamada “Medio Maratonista”.
Por Gloria Daniela