He de confesar que cuando Sonia Chávez alguna vez tuiteó: “yo corro por pasión, no por desesperación”, me chocó y dicen por ahí que lo que te choca te checa… fue el inicio de proceso de reflexión largo, y también un proceso he de confesarlo, de negación.
Después Mauricio, amigo de ya muchos años, ortopedista y ironman, me empezó a decir que entrenaba demasiado… también me chocó. Él como experto de la salud sabía mucho mejor que yo que seis años de entrenar de lunes a viernes a doble sesión y de hacer tiradas largas, muy largas los sábados le iba a pasar una factura grande a mi cuerpo en no muchos años. También me chocó y también sumé el argumento de Mau a mi reflexión.
Poco antes de mi plática con Mau, alguien que hasta hace poco era solo un amigo, me dijo: “¿Por qué corres tanto, de qué corres?”. Este sí me hizo enojar mucho, muchísimo. ¡Yo no corría por huir, yo corría hacia la gloria de la meta, cada entrenamiento antes del amanecer y cada entrenamiento al anochecer me acercaban más a mis sueños! Pero en el fondo, él tenía razón, yo estaba huyendo de algo.
Correr en definitiva me hizo más fuerte, determinada, disciplinada.
El maratón me enseñó que solo necesito creer en mi misma y poner toda la fuerza y determinación en alcanzar mis metas para lograr todo lo que me proponga, pero este maratón fue muy especial, muy edificante y por eso le estoy particularmente agradecida.
Mi maratón 2013 dejó de ser una obsesión para convertirse de verdad en un sueño, dejó de ser algo a lo que me tenía que aferrar, para ser algo para disfrutar, dejó de ser un “tengo que demostrar”, para convertirse en una pasión.
En el proceso previo no hubo nervios, ansiedad, noches y noches sin dormir, no hubo irritabilidad por no conseguir el tiempo esperado en el 30K, no hubo lágrimas por la periostitis que me acompañó en la parte más dura del entrenamiento.
No comprendí sino hasta que Pablo apareció en mi vida que estaba ocupando todo mi tiempo libre en entrenar para evitar sentir. Sí sentía la emoción de la meta, de tener poder suficiente en mis piernas para sacar mis repeticiones como una reina. Desarrollé un amor profundo por mí misma, un cariño entrañable por mis compañeros de equipo, un enorme agradecimiento a mis entrenadores, a mi nutriólogo y a mi fisioterapeuta, pero yo entrenaba para evitar sentirme vulnerable, para evitar un sentimiento profundo y un compromiso con alguien que no fuera yo, que no fuera mi trabajo o mi deporte.
El día del padre corrí un medio lleno de confusión, de ansiedad, al grado de llegar al 19K y gritar “te odio correr”, no estaba dando mi marca y eso me desesperaba, me arrebataba la esperanza. Ahí en el 19K la imagen mental de Sonia Chávez diciendo “yo corro por pasión y no por desesperación”, no me dejaba. ¿Cómo iba a correr un maratón en octubre con la alegría, las sonrisas y el desparpajo que siempre me han caracterizado? Octubre ya era lo de menos, ¿cómo iba a enfrentar el largo y durísimo entrenamiento?
Solo unas semanas después, cuando tocaba el primer 21K de entrenamiento rumbo al maratón tomé una decisión que pensé que nunca tomaría en mi vida: Chicago 2013 sería mi último maratón y abortaba el entrenamiento de base que estaba haciendo para debutar en Ironman 70.3 de marzo de 2014. Ese día, mientras corría cada una de esas 13 millas me sentía liberada, feliz, sentía que volaba, volví a tocar el cielo mientras corría.
Correr me convirtió en otra, muy distinta. Me enseñó a tener muy claros mis objetivos, a estar en paz conmigo misma, a agradecerme cada noche por las pequeñas metas alcanzadas cada día, a reencontrar la alegría en mi interior, a volver a levantar los cimientos fuertes de mi castillo interior, pero no me estaba dejando volver a sentir.
Después de ese 21K de entrenamiento mi relación con correr cambió por completo: ya no necesitaba demostrarme a mi misma que era fuerte o determinada o capaz de lograr lo que alguna vez pensé imposible. Ahora era capaz de volver a sentir y eso era lo único que me importaba.
Cada tirada larga previa al maratón fue fluir, solo fluir, correr sin prisas, sin presionarme por el crono o la cara del coach en la hidratación. Chicago 2013 fue mi despedida del maratón, pero fue también el maratón más feliz, más genuino, más mío.
Tengo que agradecer a Sonia, a Mau, pero sobre todo a dos personas que quiero con todo mi corazón y que a veces sin saberlo y yo sin agradecerlo me dan lecciones de vida, lecciones de amor: gracias Pablo y gracias Alicia, mi sobrinita, por enseñarme a volver a sentir.
Gracias Maratón por todo lo que me enseñaste acerca de mi misma, gracias por la enorme felicidad que me diste en esta meta: la más lenta, pero también la más sentida y la más gozada. Este fue nuestro adiós.
Gracias Correr, este entrenamiento rumbo al maratón fue una reconciliación contigo, ahora tenemos una relación sana y justa: me encantas, y ya no me aprovecho de ti para superar algo, ahora te gozo, te sonrío, te vibro.
Gracias Chicago, me diste el momento más feliz y pleno como maratonista.
Y ahora a seguir corriendo, sintiendo, vibrando, sonriendo, construyendo, creando, a seguir disfrutando del nuevo significado que tiene correr para mi.
¡Hasta siempre querido maratón!
Dafne Tenorio