Nuestra relación con la comida está cambiando rápidamente. El deseo de comer más sano o de ser más saludables aumenta día con día, en cualquier conversación sobre alimentación cada vez se escuchan más los temas como el de las hormonas en la leche, el uso de antibióticos en animales, la producción sustentable y/u orgánica, entre otros.
Según el reporte de transparencia de Hartman Group del 2015, lo que los consumidores quieren saber sobre los alimentos que compran es en primer lugar si tienen hormonas (52%), seguido de si contienen ingredientes artificiales (48%), si tienen organismos genéticamente modificados (41%) y si es orgánico (31%).
Nos estamos convirtiendo en consumidores superinformados. Los millennials son esta nueva generación que tiene una idea muy clara de que una alimentación saludable debe de ser sencilla, desde la compra hasta la forma de prepararlo, lo que marca una tendencia hacia un consumo mayor de alimentos frescos.
Lo aplaudo y celebro, me gusta que estamos tomando en serio a la comida, pero cuando caemos en la obsesión, todo esto se derrumba y pierde sentido, ya que es muy fácil empezar a modificar hábitos de alimentación que por naturaleza son saludables y enriquecen nuestra salud, simplemente por haber escuchado o haber leído una nota sobre “cierto alimento” o “cierta dieta”, que desorientan y están fuera del sentido común de la alimentación.
A partir de esto parecería que hoy en día sólo quisiéramos alimentarnos de “superalimentos”, término que ni siquiera está reconocido por la Real Academía de la Lengua Española, pero que según The Oxford English Dictionary es “un alimento rico en nutrientes considerado especialmente beneficioso para la salud y el bienestar”, y perdón, pero en esta definición entran todos los alimentos que conforman una dieta correcta, no sólo la espirulina, la maca o el kale.
La ciencia de la nutrición se ha encargado de demostrar y posicionar a muchos alimentos que por su valor nutricional garantizan que todos los procesos metabólicos que se llevan a cabo en nuestro organismo se realicen de manera correcta.
Es momento de quitar los mitos que hemos creado en torno a nuestra alimentación y salud, como el creer que al tomar leche de almendra, soya, arroz o coco en vez de leche de vaca estamos tomando una decisión saludable; la realidad es que al hacerlo estamos dejando de consumir una de las mejores fuentes de vitamina D, indispensable para fijar calcio en los huesos.
Si no tenemos un diagnóstico real y confirmado a través de pruebas de laboratorio sobre una intolerancia a la lactosa o alguna alergia a la proteína de la leche, no deberíamos dejar de consumirla. Hay grupos de personas que por su edad y necesidades nutrimentales, como los niños, mujeres embarazadas y lactando, deportistas, etc., deberían de tomar leche de vaca.
¿Realmente estamos creando una conciencia de salud o sólo estamos obsesionados y queremos estar a la moda?
Sigamos siendo consumidores superinformados, pero informémonos bien a partir de fuentes científicas serias, con gente que ha estudiado y se ha preparado en su área, busquemos voces avaladas y sigamos exigiendo transparencia.