Al someterse a una prueba de maratón se necesita de constancia, dedicación, ganas, tiempo, entrenamientos y sobre todo, mucha fuerza de voluntad para soportar distintas circunstancias que se pueden presentar durante el tiempo previo a la prueba. De por sí, la preparación a un maratón es bastante exigente, ahora agreguen tener que pasar por un rompimiento amoroso. Muchos podrán decir que es normal, que se supera y ya, pero ¿qué hacemos cuándo a otras personas les afecta más?
Les relato mi historia, mi experiencia de cómo en plena preparación tuve que sobrellevar y superar esta dura prueba.
Era noviembre de 2015, me inscribí para hacer el reto más grande que cualquier corredor tiene en mente, la distancia de 42 kilómetros con 135 metros y así graduarme como dicen muchos, de la universidad del corredor. Luego de correr todas las distancias previas a éste, era la hora de enfrentar esa gran prueba y para ese momento, contaba con el apoyo de mi compañero de vida, quien en su momento fue una gran fuente de motivación para lograr este objetivo.
Comencé la preparación sin pensar que adicional a los duros entrenamientos, le agregaría pasar por la dura pena de que me rompieran el corazón y que le diera un plus adicional a la carga entusiasta del entrenamiento. No sólo dolor muscular, sino dolor emocional que en muchas ocasiones puede ser más fuerte que ninguna otra cosa.
A casi 2 meses antes del gran día comenzaron las tensiones emocionales, pero yo traté en muchas ocasiones hacerme la desentendida y no prestarle gran atención. A medida que los días pasaban se intensificaban más los entrenamientos, la desesperación por ya no tener apoyo de esa persona, comencé a tener pesadillas y en ocasiones, era imposible dormir, no solo era soñar con los entrenamientos, sino con la situación que estaba viviendo, ya que los problemas eran cada día más fuertes.
A solo un mes del día más esperado, terminan por romper cada fragmento de lo que quedaba dentro de mi corazón, por un momento quise parar, soltarlo todo, abandonar y sólo quedarme ahí.
Las noches eran intensas, pero en vista que no podía dormir eso me hacía madrugar más, para irme a correr, luego fui sintiendo que mientras más rápido corría, mi mente no pensaba en nada y la despejaba. Por lo que me apegué más al entrenamiento y me dediqué a bajar muchísimo mis tiempos. Correr se volvió en una terapia, pues en muchas ocasiones mientras iba corriendo lloraba y varias veces gritaba y soltaba ese dolor emocional que estaba sobrellevando.
Lo más interesante de tener el corazón roto es que cada día estaba corriendo más rápido, tal vez era porque mientras que entrenaba mi mente se iba lejos y se enfocaba en sacar todo, y no tenía ningún otro dolor físico en cuál fijarme, por lo tanto el esfuerzo se veía reflejado.
Se pueden imaginar qué tan flaca estaba, de por sí, un maratonista se pone muy flaco, imagínense con el corazón roto, era una calavera viviente. No me daba hambre, sólo comía porque sabía que necesitaba energía para continuar los entrenamientos y lograr mi sueño, que se había vuelto cada día más fuerte de cumplir, sabía que era una meta mía y que el día del maratón competiría conmigo misma y no junto a nadie, ni con nadie y eso fue lo que me mantuvo de pie en los últimos días de preparación.
Por fin, después de tantos días de agonía sufrimiento e insomnio llegó el día más esperado, estaba lista y tenía el apoyo de un grupo de amigos corredores quienes me transmitían su alegría y la desesperación o ansias que todos teníamos por lograr la prueba más emocionante de nuestras vidas. Y que para un venezolano corredor era conmemorante Correr el Maratón Caf.
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La satisfacción por correr era más que lo que me hacía sentir algunos sentimientos. Comenzó el maratón, mi mente estaba en un mundo en el que separó todo lo malo y se concentró en el momento y las amistades que hice iban pasando los kilómetros, puse mi atención en los tiempos que me había establecido para correr los 42k. Durante el kilómetro 30, ese en el que todos hablan de la famosa pared yo sólo observaba a la gente y había en ese momento tantas cosas que pasaban en mi cabeza que no me dio chance de sentir nada.
La alegría de la gente hacía que fuera la mejor experiencia de la vida, hasta que vi la meta y con lágrimas que rodaban por la mejilla y escuchando una gran ovación del público que gritaba, se me erizó la piel, entré a los 135 m finales y lloraba incontrolablemente, expulsando de mí todo lo q tenía guardado. Logré un buen tiempo, di gracias a Dios por cada momento que tuve que vivir para decirme: «Soy muy fuerte, logré hacer 42 kilómetros 135 metros con el corazón roto, pero feliz de cumplir mi sueño».
Escrito por Yessenia Paredes, Venezolana corredora y viviendo actualmente en República Dominicana.
@yessenia_lp
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