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El 27 de noviembre del 2010 después de entrenar solo un mes, sin haber corrido ni en defensa propia antes y claro, con la insistencia de una amiga (que pronto se convertiría en mi hermana de pista) comencé los primeros 10 km que me cambiaron la vida.

Esa noche, enfundada en mi playera amarillo neón, recorrí 10,000 m por las calles del Distrito Federal, en una noche cálida, memorable e inquietante al mismo tiempo, con mucho cansancio y algunas lágrimas de emoción al cruzar la meta; esa que logré alcanzar 1hr 15min después, nada mal para ser mis primeros 10km.

Esa noche algo cambió, fue como si hubiera tenido una pequeña flama dentro de mí y de pronto, alguien la hubiera oxigenado. Sin darme cuenta que yo misma lo hice.

Correr se volvió parte de mi vida, todos los días me levantaba a correr por la mañana. Comencé a notar cada anuncio de carrera que había a mi alrededor y a inscribirme en ellas, al principio eran 5km, rápidamente regresaron esos 10km que me habían dado la bienvenida unos meses atrás y en menos de un año, llegaron los 15km. De pronto, estaba inscrita en grupos virtuales, en newsletters de corredores, era fan de todas las empresas que se dedican a organizar carreras, compré gadgets novedosos para medir mis tiempos y ritmo cardiaco, los tenis se convirtieron en parte fundamental de mi guardarropa y el diclofenaco se estacionó en el cajón del buró, en fin, oficialmente era una corredora.

Mi cuerpo empezó a cambiar, así como mis hábitos alimenticios, ahora comía mucho más pero mejor. Me sentía con energía todo el día, me sentía fuerte, poderosa, viva.

En abril del 2013, a casi dos años y medio de aquellos primeros 10km y un mes después de mi primera carrera de obstáculos, logré subirme a un pódium, segundo lugar en 15km. Al estar en ese segundo escalón vi la vida desde otra perspectiva, desde arriba.

Pero el running no solo hizo eso, me hizo replantearme lo que estaba haciendo con mi vida, irónicamente correr me hizo detenerme y hacerme esa pregunta que a veces nos da tanto miedo hacernos ¿Soy feliz? Claro que no es una pregunta sencilla, la respuesta tampoco lo fue, tardó un año en llegar, solo para darme cuenta que quitando mi faceta de corredora, había muchas deficiencias en mi vida que no estaba dispuesta a permitir más.

Hoy, con orgullo puedo decir que ser corredora me hizo darme cuenta de lo fuerte que soy, carrera tras carrera, medalla tras medalla iba creciendo una nueva yo, que sin dudarlo empezó a tomar decisiones que cambiarían mi vida, pasé de estar en un matrimonio donde era poco menos que infeliz a una soltería compleja que evolucionó desde la soledad deprimente hasta la soledad serena, esa que te da el amor propio, la que te da la seguridad de que pase lo que pase estarás bien porque hay una persona que te va amar toda la vida y nunca te dejará sola …y esa…eres tú misma.

Aún falta mucho camino por recorrer. Siguen faltando esos 42.195 km que aún me quitan el sueño, pero sin duda, los conquistaré pronto, lo sé. Correr me enseñó que no hay nada que mi cuerpo no pueda hacer si mi mente y mi corazón ya tienen la certeza de que lo harán. Correr me enseñó que soy tan fuerte y libre como quiera serlo. Correr me regresó las riendas de mi vida.

Elizabeth Meza