Esto lo escribí después de correr mi primer maratón en el 2015. Este año corrí el tercero y fue tan increíble como las otras veces, aunque nada se compara a la primera vez que aquí les comparto.
Hace 2 años fuí al estadio de CU con mi amiga Julia y su familia a ver llegar a su hermano Toño y a Ramón, su cuñado, que correrían el maratón y me encantó verlos llegar y también, a todos los corredores que llegaban cojeando, cansados o llorando pero de felicidad y pensé que me gustaría saber qué se siente cruzar la meta después de haber corrido 42 km.
Lo veía como un sueño muy lejano, ya que yo tenía poco tiempo de haber empezado a correr. Después de muchas carreras, el año pasado decidí que correría un maratón y me inscribí. Veía mi inscripción y me daba miedo pero pensaba: «bueno, todavía falta mucho tiempo». Y cuando empecé a entrenar más fuerte este año, mi pie con 8 clavos, un tornillo y una placa se encargó de advertirme que no era una buena idea. Cada vez que corría mas de 10 km me dolía horrible y decidí que no correría hasta operarme y quitarme los clavos. Cuando se lo dije a mi amigo Ruben, él se encargó de forma inmediata de convencerme de que lo corriera, así como me convenció de que corriera mi primer medio maratón en el Tajín (algo que nunca terminaré de agradecer) y me dio varias alternativas para evitar lastimarme. Descansé unos meses hasta que el pie dejó de doler y en cuanto volví a correr, lo hice convencida 100 por ciento de que correría el maratón y entrené el poco tiempo que me quedaba tratando de lastimarme lo menos posible, y corriendo poca distancia.
¡Finalmente llegó el día! Y sabía que me había faltado mucho entrenamiento, sin embargo, estaba completamente decidida a correrlo y obviamente a terminarlo. La semana anterior fue sumamente estresante en cuanto a trabajo se refiere y el sábado no fue la excepción, así que realmente no descansé ni física ni mentalmente. En la noche mi amiga Paulina me mandó unos mensajes lindísimos y super motivadores que me hicieron sentir muy bien y Tere, mi amiga maratonista, me escribió que esa medalla ya era mía, que fuera por ella y me habló para darme mil consejos y me dijo: «mañana te darás cuenta de lo que tu mente es capaz de lograr» Y con esa idea en mi cabeza me fui a dormir.
No sé para los demás pero para mi este rollo del maratón va mucho mas allá de ser un logro deportivo. Es un reto personal, mental y obviamente físico. Cuando hago carreras de más de 10 km, me levanto a las 4 de la mañana pensando: «¿Qué necesidad tengo de hacer esto? Podría seguir durmiendo», y se me pasa en cuanto empiezo a vestirme, me pongo el número, etc y obvio en la carrera soy muy feliz, pero esta vez fue muy diferente.
Me desperté super emocionada y me preparé como si fuera de viaje, me entusiasmaba muchísimo la idea de descansar mentalmente de todo el estrés del trabajo y tener 4 ó 5 horas solo para mi, para pensar en lo que se me diera la gana, escuchar música y ver lo que había a mi alrededor.
El domingo super temprano, mis amigos Rubén y Mitzi pasaron por mi con el buen humor y la contagiosa buena vibra que los ha caracterizado siempre y eso me hizo sentir aún mejor. Y al llegar al centro de la ciudad, todavía oscuro a las 6:00 am y sentir la vibra de miles de corredores emocionados hacía que la piel se pusiera chinita. Nos metimos a nuestro corral y después de cantar el Himno Nacional, esperamos la indicación para salir mientras hacíamos bromas nerviosas. Por fin nos dieron la salida, nos deseamos suerte y para mi sorpresa pude correr los primeros 18 km con Mitzi y Rubén que son unas gacelas y ahí fue cuando decidí que correría más despacio porque me faltaba un gran tramo por recorrer (solo 24 km) así que nos separamos.
En el km 21 me estaba esperando mi ángel de la guarda, Julia, mi amiga que me acompañó de ahí hasta cruzar la meta. Hemos compartido muchas cosas buenas, muchas carreras, nos hemos enojado, pero nada se compara a lo que compartimos el domingo. Nunca olvidaré todo su apoyo en este mi primer maratón. Antes del km 30 me empezó a dar un sueño espantoso cosa que nunca imaginé me sucedería… he cabeceado sentada, hasta manejando, pero ¿corriendo?
Estaba agotadísima y no veía hidratación por ningún lado y ahí fue donde Julia entró en acción: no sé de dónde sacó pila para venir gritando y aplaudiendo todo el camino: «¡Vamos amiga! ¡Vamos tu puedes! ¡Ya falta poco!» Todo el tiempo sonriente, me platicó todo lo que se le ocurrió y más, con tal de mantenerme viva. Gran parte fue monólogo, porque yo cada vez estaba más cansada. Lo que sí debo decir es que NUNCA pasó por mi cabeza la idea de abandonar la carrera y jamás me pregunté qué estoy haciendo aquí. Cada gota de sudor y el dolor de cada músculo y hueso de mi cuerpo los disfruté al máximo. Cuando pasamos por el parque España veía las bancas y me parecían algo increíblemente delicioso y le dije: «me voy a sentar un momento» y Julia dijo: «¡NO!», como si fuera a hacer algo muy peligroso, me agarró de la mano y me jaló para seguir corriendo y me dijo: «si te sientas ya no te vas a levantar, perdón». Y seguimos. En un momento ¡me dolía TODO! Según yo, era la espalda o la cadera y cuando me orillé donde estaban los voluntarios ayudando a los lastimados con pomadas y vendas, me di cuenta hasta que la chava me apretó que no era ninguna de las 2 cosas sino mi pie con clavos super hinchado. Me sobó rapidísimo y seguimos. Al llegar a Insurgentes recordé a Tere. «Amiga, cuando llegues a Insurgentes ya la hiciste…», así que me dio mucho gusto aunque aún faltaban 8 km a pleno rayo del sol.
Insurgentes, fue mi parte favorita. ¡Era una fiesta! Mariachis y batucada que me pusieron la piel chinita, porras, comida de todo tipo en charolas por parte de gente voluntaria y bebida solo por el placer de ayudar a los corredores y ser parte de ese increíble ambiente. Nunca unos tragos de Coca Cola me habían sabido tan deliciosos. Y quien llevó Coca Cola helada para repartir jamás había sido tan bendecido en su vida. Después de cada vaso repartido se escuchaba una voz desesperada diciendo: «¡gracias! Que Dios lo bendiga».
En fin, tenía yo ganas de abrazar al niñito que me estiró la mano con una sonrisa, a la señora de la tercera edad que leía mi nombre en mi número y gritaba: «Vamos Cynthia, ya casi llegas!» al que me dio Coca Cola, ¡a todos! Rubén me dijo: «en los últimos kilómetros llevas las endorfinas a tope y quieres llorar por todo», lo recordé cuando me marcó mi hermano Ricardo, mi cuñada Tete, mi hijito Pato preguntando desesperado cuánto me faltaba para esperar verme entrar al estadio. Cuando me dijo: «te paso a mi papá» y mi esposo me preguntó como estaba, tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano por no ponerme a llorar a carcajadas y decirle que me dolía todo, que estaba cansada, que ya quería llegar pero que estaba feliz y solo dije: «me duele todo pero estoy bien». Cuando pensé en mi hermanita Julieta que llevaba horas en el sol junto con René y Pato por verme pasar corriendo durante dos segundos, también se me salían las lágrimas. Pensé en lo afortunada que soy por estar rodeada de familia y amigos que me hacen una persona tan feliz y también eso me hacía llorar.
Julia debe haberme visto muy mal ya cerca del estadio, en los últimos 3 km que se me hicieron eternos y me dijo: «amiga, ¿qué te motiva a terminar este maratón?» e inmediatamente contesté: «el que mi hijito me vea entrar corriendo». Y es que para mi esta era mi mejor oportunidad para demostrarle lo que siempre le he dicho, que cuando uno cree con todo el corazón que puede lograr algo, no hay nada que pueda impedirlo. Eso me dio pila (que ya venía en rojo) para correr hasta que vi el estadio.
¡EL PARAÍSO! En ese momento se me quitó dolor, cansancio y corrimos hasta cruzar la meta con ese sentimiento increíblemente satisfactorio que difícilmente alguna otra experiencia podrá igualar. Llegamos, nos abrazamos, lloramos, tomamos fotos, en fin.
Conclusión: esta ha sido una de las mejores experiencias de mi vida por mucho, y me quedo con mil recuerdos lindos y con todas las personas que aquí menciono, guardadas en un lugar muy especial de mi corazón para siempre. Mis premios: mi medalla que es la más preciada hasta ahora, lo que me dijo Pato: «Ma, estoy muy orgulloso de ti», mis abrazos de felicitación y mi chela gigante con la que me esperaron Ricardo y Tete para comer delicioso, junto con mi familia.
Siempre me he considerado una persona muy feliz, pero estoy segura que mi contenedor de felicidad que ya estaba bastante lleno, se está desbordando desde el domingo que lo corrí. No sé que se sienta correr muchos maratones, pero sin duda, el primero sabe a gloria.
Cynthia Yañez, en este 2017 ya corrí mi tercer maratón en la Ciudad de México.