«Si crees que sólo se corre con los pies, entonces no has aprendido nada», lo aprendí el día que me convertí en maratonista.
Esta frase fue una de miles que vi plasmada en un cartel por la ruta del XXXIV Maratón de la Ciudad de México Telcel 2016 y que estuvo en mi mente presente en cada zancada a la meta en el Estadio Olímpico Universitario en CU.
Así es, el pasado 28 de agosto de 2016 decidí ir más allá de mis límites, decidí que después de dos años y medio de ser corredora debía enfrentar un gran reto: correr 42.195K, la distancia exacta para un MARATÓN.
Pero este reto no vino a hacer ruido a mi mente por casualidad, todo empieza en 2015, en la edición pasada de este mismo maratón, cuando acompañé a mi madre a su primer maratón. El calentamiento, la salida de los corredores, apoyar en ciertos kilómetros, esperar en la meta, ver miles de caras que no podían esconder esa gran victoria y sus cuerpos llenos de sudor que descansaban alrededor del estadio me impulsaron a animarme a este gran reto.
Empezaba 2016 y recuerdo pensar que todavía faltaban aproximadamente ocho meses. Pero parece que en un cerrar de ojos, un entrenamiento que se vio afectado por una molestia en la rodilla, un serial a una carrera de completar y a tres medios maratones concluidos se habían esfumado esos ocho meses. Ya no había nada por hacer más que subir la ingesta de carbohidratos, hidratarse bien y dormir con un pensamiento en la mente: cruzar esa meta. Llegó el fin de semana, entre recoger el kit, comer, tener todo listo, irnos al hotel, cenar y volver a checar el plan se había ido el sábado.
Domingo 5:00 am sonaba mi alarma. Me había despertado tiempo antes pero esperé a que sonara mi alarma para levantarme. Me metí a bañar, me vestí, desayuné, intenté hacerme un peinado pero opté por una simple cola de caballo al final, me aseguré no querer ir al baño como tres veces, me reuní con mis papás, repasamos el plan una vez más, revisamos todo y 6:05 am nos dispusimos a ir a la salida. Nuestro hotel no quedaba a más de 400 metros de la salida, decidimos tomar algunas fotos y vimos que el ambiente ya estaba más que listo.
Calentamos, fuimos a nuestro corral, y esperamos a que la hora llegara. Suena el himno nacional y lo canté con más emoción y nervios que nunca. Y entonces suena el tercer disparo de salida, y todos empiezan a avanzar y ¡comenzamos a correr! Yo veía muchísima gente, gritando, con pancartas, silbatos, banderas, hasta matracas. No empecé con música ya que quería disfrutar del apoyo de los espectadores, y así fue el apoyo como por 5K seguidos; éramos tantos corriendo como tantos apoyando. Corrí y corrí, pensando en mi cabeza “al fin estás en el maratón” “esa parte ya la corrí en tal carrera” y leyendo cada cartel que me sacaba una sonrisa y me motivaba a seguir. Y cuando menos lo veo ya habíamos llegado al señalamiento de “Medio Maratón de la Ciudad de México” mi cara fue de sorpresa, pues no se me había hecho que hubiéramos recorrido tanta distancia “Ya vas a la mitad Daniela, vas bien” me apoyaba a mí misma. Seguía el apoyo de la gente y en eso llegábamos a mi primer “dolor de cabeza” los adoquines de Chapultepec, los ignoré y seguí con mi paso, hasta que metros antes del kilómetro 24 me encuentro a mi mamá (por momentos yo iba delante de ella y después ella iba delante de mi) Cruzamos palabras y un abrazo que me mega subió el ánimo y seguí con mi camino. Seguí corriendo, leí más cárteles que me siguieron subiendo el ánimo y más gente gritando, leyendo el nombre de nuestro número y agregándole un “tú puedes, ya te falta poco”. Por el kilómetro 28 fue que necesité un poco de ayuda de nuestros corredores “Centinelas”, traía una molestia en la espalda baja que con una pomada se extinguió. Retomé mi ritmo, choqué la mano con los espectadores, agarré algunos chocolates y cuando menos lo esperaba ya estaba a unos metros del kilómetro 30, donde vería a mi hermano y a mi papá. Me sentía imparable al llegar con ellos, verlos me subió el ánimo y “nos vemos en CU” fue lo que escuché al irme. “Se viene lo interesante, pero me siento bien” fue lo que me repetía mientras corríamos por el circuito Ámsterdam.
Llegué a unos metros del 33K, que para mí significó mucho porque el año anterior yo había estado ahí apoyando, me salieron unas lágrimas por esa emoción de pasar de ser espectadora a ser corredora. Y así llegamos a la última parte del maratón, nos incorporamos a insurgentes, comí mis últimas gomitas energéticas, continué corriendo felizmente hasta el kilómetro 35.
Y no, no me encontré con la pared porque jamás desistí o quise abortar esa misión, pero es que después de 35K no hay tenis que aguantes, mi cinturón donde llevo mi celular tampoco lo aguantaba, quería tirar todo menos mis ganas de seguir. Sí, confieso que todo ese tramo de Insurgentes me costó mucho tiempo y esfuerzo, pero recordaba todo lo que pasé para llegar hasta ahí. La gente bajo el sol apoyando seguía apoyándonos, regalándonos comida y su tiempo.
Seguí ya no tan fresca como antes y fue cuando me di cuenta de que ya estábamos a la par de la estación del metrobús Doctor Gálvez. Los gritos se escuchaban más fuerte, ya estábamos en el kilómetro 41 “¡ya solo falta uno y 195 metros!” se escuchó a lo lejos, corrí y vi a lo lejos el estadio olímpico, las lágrimas ya estaban en mi rostro. Continuamos hasta que se había acabado aquella línea azul que nos acompañó todo el camino. No sé de dónde saqué las fuerzas pero corrí, según yo, lo que más que pude, cruzamos el túnel, entramos a la pista, aún más gente seguía gritando, corrí a lo más rápido que me permitieron mis piernas y mientras lloraba crucé esa meta…
Así culminaban meses de espera, así había conquistado un reto más a mi vida, crucé la meta de los 42.195K (mi reloj marcó 43K) con los ojos llenos de lágrimas y mi felicidad a full.
La mañana del 28 de agosto de 2016 no sabía a qué me iba a enfrentar en esta carrera, me habían contado muchas veces qué se sentía y como me cambiaría como persona. Pero lo que viví fue mucho más y mejor de lo que me contaron.
Le agradezco infinitamente a mi cuerpo todo este logro, pero también parte de este éxito es para la gente que apoya, toda esa gente que espera bajo el frío o el sol, con sueño y a vece sin desayunar, a esperar a que pase su corredor para verlos unos segundos y después seguir apoyando a desconocidos que compiten contra ellos mismos. También a los voluntarios, los fotógrafos, y a los demás los corredores, en verdad que todos hicieron especial este momento. Se cruzó esa meta, esta locura aumentó más y ese día fue el comienzo de mi nueva versión de mí: ese día que nací como maratonista.
Gloria Daniela Martínez