Sí, tengo que confesar que duda y una gran responsabilidad fueron los primeros pensamientos que me dominaban ante la decisión de, a mis 36 semanas de embarazo, correr el XXXII Maratón de la Cd de México. Correr embarazada…un tema que sigue siendo controversial y para el cual todavía nos hace falta investigación y apertura.
Soy corredora amateur desde hace más de 15 años y maratonista desde hace 6. Me embaracé por primera vez a los 36 años, cuando mi condición física era de lo mejor. Recuerdo que en ese tiempo estaba entrenando para romper mi marca de 3hrs 22mins en el maratón de Chicago. Como parte de mi entrenamiento estaba correr el MICM 2012, mismo que hice sin saber que estaba embarazada. Al momento de saber mi positivo, corrí a hacerme análisis para asegurarme que mi pequeño estaba bien y a consultar con el doctor mi posible participación en el Maratón de Chicago, para el cual tendría apenas dos meses y medio de embarazo. Sorprendentemente, mi doctor me dio el OK diciéndome que el cuerpo es sabio y que si el bebé venía bien, no había de qué preocuparse. Eso sí, me advirtió: “córrelo, pero no lo corras por competir; córrelo por disfrutarlo. Cuida tu ritmo, tu temperatura corporal y ante todo ESCUCHA A TU CUERPO”. Esas palabras se me quedaron grabadas en mi mente y en mi corazón.
Efectivamente fuimos a correr a Chicago, pero mi objetivo de bajar de 3’22’’ cambió por el objetivo de disfrutar la carrera y de compartirla, principalmente, con mi bebé. He de decir que ese maratón fue uno de los que más he disfrutado en mi vida. Toda mi atención estaba en echarle ánimos a mi pequeño, en decirle que el esfuerzo para llegar a la meta estaba en los dos, que yo iría al ritmo que él me dijera; que ese maratón era de él. Recuerdo que en esa ocasión ví a una corredora con su pancita de embarazada ya bastante prominente. Después me enteré que tenía 39 semanas de embarazo y que terminando el maratón le dio tiempo de ir a comer algo para horas después dar a luz a una bella y sana niña…¡Vaya inspiración! “¡Me gustaría llegar así al final de mi embarazo!” pensé. Desafortunadamente, en el siguiente USG que me hicieron me diagnosticaron placenta baja, por lo que el doctor limitó mi entrenamiento a bici estática y únicamente 5 kms de carrera. Conforme los meses pasaron y la placenta llegó a su normalidad, pude aumentar hasta 10kms de carrera, que corría al menos 3 veces por semana hasta 15 días antes del nacimiento de mi pequeño, cuyo peso y salud fue fantástica desde un inicio.
Habían pasado nueve meses del nacimiento de mi hijo cuando mi marido y yo decidimos crecer nuestra familia. Dos embarazos fallidos fueron los que marcaron mi 2013. El desgaste físico y emocional y el estrés laboral hicieron sus estragos a tal grado que el doctor no me permitió correr el MICM de ese año. Sin embargo, el seguir corriendo y entrenarme para el maratón de Washington, a finales del 2013, renovaba mi energía e ilusiones.
Fue justo en Enero del 2014 que un nuevo positivo marcó mi vida… Como buena corredora apasionada, mis primeras interrogantes fueron: “¿Cuántas semanas tendré para el día del MICM? ¿podré correrlo? (ya me había inscrito desde el año anterior) ¿Me dejará el doctor?. Lo primero que hice fue correr al calendario a contar y recontar las semanas para encontrar que el 31 de agosto estaría de 36 semanas; a días de que el embarazo estuviera considerado a término. Fue entonces cuando las imágenes de la chica que corrió embarazada en Chicago revivieron en mi mente. Investigué más de su historia, de análisis que le habían hecho y conclusiones a las que doctores habían llegado respecto a posibles daños al bebé o a su salud. Investigué también de otros casos de maratonistas embarazadas. La verdad es que sólo encontré otro caso más de una china y otra latina que corrieron a los 6 meses, pero nadie más a los 8 meses. En mis lecturas encontré muchísimos beneficios de correr embarazada (mientras el embarazo fuera sano, controlado y en corredoras con experiencia)…¡pero no encontré ninguna nota en donde se especificara hasta cuántos kilómetros o hasta los cuantos meses!
Después de nuestras dos pérdidas, con angustia pasaron los primeros tres meses de este embarazo; incluso con temor a correr, entrenamientos cortos y pausados por precaución, pero también por pesadez física. Yo solo contaba los días y pedía a Dios que ese tormentoso primer trimestre llegara a su fin. Fue entonces que llegamos a la semana 12 en la cual el doctor confirmó la viabilidad del embarazo y la salud de nuestro segundo pequeño. ¡Vaya bendición! Con esa noticia llegó también el OK a seguir corriendo.
Por ahí del cuarto mes de embarazo, mis entrenamientos se volvieron más fluidos y yo me sentía con mayor seguridad. En cada visita al doctor, que eran cada dos semanas, tenía la oportunidad de escuchar ese pequeño corazoncito que latía desbordado; eso me generaba tranquilidad y confianza. Todavía dudosa de si sería capaz de lograrlo, a principios de mayo comencé con el entrenamiento para el MICM. Tenía clara la meta, pero también tenía clara la responsabilidad que implicaba llevar un ser dentro de mí. Con las palabras de mi doctor en la mente es que me montaba en mis tennis para salir a correr: “Escucha a tu cuerpo”. Fue así que en ciertos entrenamientos corría sin parar y en otros hacía pequeñas pausas con caminata… En determinados momentos, cambiaba la carrera por bicicleta estática y en otros alternaba carrera-bicicleta-carrera. Todo dependiendo de lo que mi pequeño me pidiera.
Como casi todo entrenamiento, las distancias largas las dejábamos siempre para el fin de semana; principalmente domingos. Ufff!!!! Pensar en el domingo me ponía a temblar, eran la prueba de fuego que me dejaba sensar si podría seguir avanzando para llegar al maratón o de plano claudicar. Y digo “dejábamos” porque estoy convencida que cuando alguien logra algo, no lo hace solo. Invariablemente existe alguien brindando apoyo, fuerza, confianza, aliento y AMOR a la persona en cuestión. Yo fui tan bendecida que conté, no solo con un alguien, sino con UN EQUIPO completo que me permitió hacer realidad mi ilusión.
Mis domingos comenzaban desde temprano, para alistarme, tomar un cafecito descafeinado y esperar a que mi hermana Erika y mi casi hermano Arturo pasaran por mí a casa para ir a entrenar, generalmente a Reforma (por el momento me olvidé de entrenamientos en montaña), al circuito ciclista o uniéndonos a alguna de las tantas carreras que se organizan semana a semana. Ahí hacíamos nuestro recorrido, yo por delante con un letrero en la espalda de “Precaución, bebé abordo” o “MATTIAS abordo” y ellos generalmente atrás haciéndome valla. ¡Todavía se me dibuja una sonrisa en la cara cuando recuerdo esos momentos! Era bastante simpático ver la reacción de la gente cuando veían pasar a una loca corredora con una panza de más de 6 meses de embarazo. Unos me lanzaban gestos de desaprobación, otros me decían “loca”, pero en su mayoría recibía palabras de aliento, admiración y buena vibra. Es más, puedo decir que en más de una ocasión, hubo gente que se detuvo a tocar mi pancita y bendecir a mi pequeño Mattias que venía en camino. ¿Tienen idea de lo que eso significa para una mamá? Es un sentimiento que no puedo describir. Solo sé que de acordarme se me vuelen a inundar los ojos de lágrimas. No tengo manera de agradecer tanto amor que Matti ha recibido desde que estaba en mi vientre. Escuchar a tanta gente que se refería a mi hijo al correr: “vamos, Matti!!”, “tu puedes, Matti!!”, “bien hecho, Matti!!”. ¡Creo que desde ese momento se motivó para llegar rápido a este mundo!
Pues bien, mientras yo disfrutaba del momento, a alguien le tocaba hacer la parte difícil. Yo podía salir a correr tantas horas sin preocuparme de nada porque la otra parte de mi equipo, o sea, mi esposo, se quedaba en casa a cuidar a nuestro pequeño de dos años. A él le tocaba la “talacha” del domingo: levantarlo, darle de desayunar, jugar con él, bañarlo y alistarlo para las actividades siguientes. A veces que yo llegaba rendida de correr, incluso le tocaba doble turno en lo que yo me echaba una siesta o simplemente me tumbaba a descansar. Solo escuchaba a mi esposo decirle a mi hijo: “déjala descansar, hijo! Que mamita corrió y viene muy cansada”. Entonces mi pequeño se acercaba a preguntar: “¿corriste un maratón, mamita?”, me acariciaba y se iba con su papito a jugar.
Las semanas pasaban y junto con ellas la panza crecía y mi pesadez aumentaba. Mi carrera se volvía cada vez más lenta, pero jamás dificultosa. A pesar de tener la ilusión de correr el maratón con mi pequeño, en mi cabeza siempre estuvo la posibilidad de tener que claudicar. No me gustaba nada pensarlo, pero si así se requiriese sabía que lo tendría que hacer.
Puedo decir que la semana antes del maratón fue la más difícil mentalmente. Muchos de mis amigos y conocidos me decían que estaba loca. Comentarios como “si fueras mi esposa yo no te dejaba correr”; “¡Se te va a salir el niño a la mitad del camino!”; “¿no te puedes esperar a que nazca para correrlo el siguiente año?”. Hubo amigos que hasta me retiraron el habla. A pesar de que el ultrasonido y los doctores veían todo a la perfección, los comentarios y el miedo natural a hacerle daño a mi pequeño me hicieron dudar. En esas circunstancias me sabía capaz de correr 32Kms…¿pero 42Kms? ¡10kms más no son insignificantes! ¡Más con una panza a cuestas! Nuevamente mi equipo salió a soportarme: “Flaca, tu cuerpo está capacitado. Yo te apoyo en lo que decidas”, me decía mi esposo. “Hermana, nosotros iremos contigo. Entrenaste bastante bien. No estarás sola”, me decía mi hermana. “Si no lo haces, siempre te vas a quedar con la frustración de “pude haberlo hecho”, decía mi mamá. ¿Qué hubiera sido de este joven maratonista, Mattias, sin este equipo apoyándolo de esa manera?
Llegó el 31 de Agosto. Antes de comenzar nosotros ya teníamos la logística de cobertura bien preparada: primero mi hermana y Arturo, luego mi cuñado Israel y al final pasarían la estafeta a mi esposo, Jorge, que correría conmigo los últimos kilómetros hasta llegar a la meta. Como siempre, mi letrerito en la espalda alertando la presencia de Matti, no faltó. Lamentablemente, la lluvia nos jugó chueco y no duró ni un kilometro, así que tuvimos que incrementar las precauciones para poder llevar un trayecto seguro para Matti.
Ni la lluvia, ni tanto corredor, ni las subidas de Insurgentes hicieron que Matti me pidiera un alto. Pasamos, como si nada, esos 32Kms que me hacían tanto ruido. Una vez más los ánimos y porras no se hicieron esperar durante el trayecto. Escuchar a la gente animándonos recargaba mis energías; platicar con Matti, describirle cómo la gente le echaba porras y darle ánimos me hicieron olvidar mis temores. Fue por el kilómetro 39 que mis piernas sintieron fuertemente el peso del cuerpo, me pedían parar. ¡Era como si esos 3 kilómetros se hubieran convertido en 10! Tuve que caminar con ganas de parar. Sin embargo, escuchar a mi esposo a mi lado apoyándome, me revivió. Sabía que no podía dejar mi ilusión atrás por un par de kilómetros. Yo sabía que Matti estaba bien…lo sentía. Todo era cuestión de cambiar el foco y dejar de pensar en el cansancio de las piernas. Me agarré física y emocionalmente de mi esposo y, cuando quise ver, me encontraba ya cruzando la META dentro del Estadio Olímpico.
No puedo describir la sensación de haber cruzado esa línea. Lo he hecho varias veces más, ¡pero jamás en compañía de mi pequeño Mattias y después de 42.192Kms! Lo habíamos logrado…¡corrimos el primer maratón de Mattias juntos!
Contrario a lo que muchos pensaban (incluso yo misma lo llegué a pensar), Mattias no nació ese día a consecuencia de un esfuerzo sobrehumano. Matti decidió nacer poco más de una semana después, al término de un día laboral normal, pesando 2,700 gr y midiendo 47cm. Por recomendaciones del doctor, reanudé mis actividades físicas cuando Matti tenía 3 semanas, lo que me abrió la puerta para correr el medio maratón We Run cuando él tenía 2 meses y medio. Ahora, a sus 3 meses y medio de su nacimiento, inicié entrenamiento para mi siguiente objetivo: el Maratón de Boston, 2015.
Correr para mí es una forma de vida; es un momento de disfrute en el que me encuentro conmigo misma, con mis sueños y objetivo pero también es el momento en el que reto a mi voluntad, a mi perseverancia y a mis miedos, a mi mente y mi cuerpo.
Correr embarazada me dio, además, otro tipo de disfrute y de conciencia, ya no era querer llegar primero ni romper mi marca. Ahora era encontrarme y comunicarme con ese pequeño ser que llevo dentro, encontrar un momento de comunión con él. Escuchar a mi cuerpo para escucharlo a él, responsabilizarme de mi cuerpo para así, responsabilizarme de él.
Hoy que analizo lo que implicó el correr embarazada el XXXII Maratón Internacional de la Ciudad de México, me reconozco como mi heroína porque tuve la persistencia de continuar cuando mi cuerpo, y toda una cultura detrás, me decía “date vacaciones”. Porque tuve las agallas de seguir cuando muchos, en todo el mundo, dicen “no se puede”. Porque vencí el temor de hacer lo que casi nadie ha hecho. Porque creo contribuir como ejemplo e inspiración para mis hijos y para muchos otros corredores. Porque aprendí que correr en equipo te deja otras grandes satisfacciones además de “bajar mi tiempo”. También reconozco como mis héroes y heroínas a ese gran equipo que me brindó su amor, tiempo y motivación para materializar esta ilusión: A mi esposo Jorge Garduño por su motivación y apoyo incondicional, por creer en mí y apoyarme en esto que muchos llamaron “locura”. A mi hermana, Erika Gómez, y a mi casi hermano, Arturo Jaen, por compartir conmigo esos entrenamientos, que aunque pesados, siempre acababan siendo divertidos. Por las múltiples paradas al baño y su protección durante los entrenamientos y carreras. A mi mamá, Edith Gonzalez, porque, una vez más, me animó a cumplir un sueño más, por su apoyo y preocupación por mí y por mi familia. A y mi cuñado Israel Garduño porque, sin deberla ni temerla, acabó corriendo a mi lado una buena cantidad de kilómetros. Pido a Dios que los mantenga a mi lado por mucho tiempo más….
Alice Gómez