Ya pasaron dos semanas desde que crucé la meta de mi amado maratón y todavía siento mariposas en la panza cuando recuerdo no sólo ese día, sino todo el proceso que hoy, mientras escribo esto sentada en el sofá, me parece imposible y algo así ¡como un acto heróico! Ja ja ja!
Ya lo sé, no es para tanto pero si has cruzado alguna vez la meta de 42K estarás de acuerdo conmigo que el maratón es una carrera única y distinta a todo lo demás que hayas hecho antes. Correr un maratón requiere de un largo entrenamiento que supone de varias horas a la semana con sacrificios que implican menos tiempo con tu familia, con tus hijos y tu propio espacio. El maratón te esclaviza, te envuelve, te encarcela durante varias semanas y meses hasta que llega el día tan esperado. El maratón es ingrato pues después de tanto esfuerzo y planeación, luego de tantas horas de entrenamiento y dedicación, así nada más en unas cuantas horas en un solo día, se te esfuma, te deja y se va. Pero la maravilla ¡es todo lo que te deja! Además de una medalla increíble que no te quieres quitar nunca, te regala una sensación de logro que no has experimentado antes en ninguna otra circunstancia. Tener la capacidad de correr durante horas y cruzar victorioso la meta te vuelve tan fuerte, libre y poderosa que sientes que tras un logro de este tamaño, ¡eres capaz de hacer cualquier cosa! No importa el tiempo que tardes; lo impresionante del maratón es ¡que tengas la voluntad de hacerlo! Es una carrera de aguante, literal. Pero más que aguante físico, el del maratón debe ser mental pues cuando te faltan alrededor de 10km, ese momento en el que te cuentan que se aparece la famosa pared, ahí es donde la estrategia mental se vuelve tu mejor aliado. Este fue mi segundo encuentro con el maratón y lo disfruté tanto como aquella primera vez pero ahora iba mejor praparada tanto física como mentalmente, esta segunda vez me enfoqué por completo en mi objetivo, armé mi plan, organicé mis días y me comprometí como nunca. ¿El resultado? 50 minutos menos que en Chicago en el 2011. Me preguntan mucho cómo le hice y mi respuesta siempre es la misma: entrené como una bestia. Alimentación, hidratación, masaje, descanso y mucho corazón. La realidad es que no hay hilo negro, a este maratón le aprendí que cuando te preparas, cuando estudias, cuando logras conectar con tu parte guerrera y te atreves a salirte de tu zona de confort y te esfuerzas un poquito más, cuando visualizas lo que quieres… entonces los resultados llegan.
Quería hacer menos de 4hrs y me llevé la mejor sorpresa de mi vida (porque nunca estoy pendiente de mi tiempo en una carrera) cuando al cruzar la meta y agarrar mi teléfono para ver mi tiempo me llegaba un mensaje que decía «¡Wow! 3.45 ¡Eres mi héroe! «. Era Javi que me estaba siguiendo por iphone y ya había recibido la notificación de mi llegada a la meta. Eso te regala el maratón, momentos inolvidables que guardas para siempre. Con los ojos llenos de lágrimas recibí mi medalla y me tiré en el pasto y disfruté lo que había sido mi fiesta, mi carrera, mi regalo. ¡Gracias querido maratón!