Esa es la fecha exacta en la que comencé a correr, cinco días antes de mi cumpleaños 39. Era la semana en la que estaba decidida a ir con algún psiquiatra que me sacara con drogas legales de la depresión en la que estaba.
Llevaba casi cuatro meses metida en ese agujero sin ver salida alguna. Me corté el cabello (lo tenía a la mitad de la espalda) en un afán por dejar atrás lo que me lastimaba (en efecto, un terrible rompimiento amoroso que literalmente me dejó rota). Por primera vez mis dos pasiones no me llenaban: el periodismo ya no era mi refugio y los libros tampoco. Fumaba como camionero desvelado, la bebida nunca se me ha dado muy bien así que ahí no había problema.
Ni mis amigas ni yo sabíamos ya qué hacer conmigo.
La noche del 21 de octubre un amigo (Tom) twitteó que comenzaba a prepararse para ser triatleta. En un DM le dije un poco en broma «y yo que no puedo comenzar a correr», y de ahí nos seguimos a puro de eme, me preguntó mi peso, si tenía tenis y ropa para correr, dónde y cuántos días podía hacerlo a la semana, me dio el plan de entrenamiento pre-pre-pre-propedéutico, y me dijo: «Hazlo 21 días. Lo que se hace 21 días se convierte en hábito«. Para mí fue un reto porque en mi cabeza mi depresión me susurraba: «no lo vas a poder hacer».
Acepté el reto el 21 de octubre a las 21 horas con 21 minutos. A la mañana siguiente comencé a correr.
Bueno decir «comencé a correr» no es cien por ciento verdad: comencé corriendo un minuto y caminando dos. El plan a lo largo de esos 21 días era ir aumentando minutos de carrera y disminuir los minutos de caminata. Fueron 21 días en la pista de Los Viveros sin importar si hacía sol, o frío o lo que fuera. Debo confesar que 90 por ciento lo hice porque sentía cierto compromiso con Tom, y el otro 10 por ciento era por mí, poco a poco ese porcentaje fue cambiando a mi favor. Cuando pude correr dos kilómetros completos casi me aviento otros dos a puros brincos de felicidad… Estaba enganchada.
Muy pronto, antes incluso de lo que marcan los planes de entrenamiento tradicional, me descubrí capaz de correr cinco kilómetros. Me inscribí en mi primera carrera, la MetLife, cinco kilómetros nada más que a mí me parecieron un maratón. Y desde entonces no he parado. Amo ese momento mágico en que las piernas y el cerebro hacen «click» y todo queda atrás.
Correr me enseñó a darle a las cosas y personas su justo lugar, ver qué es lo que importa y qué no vale la pena. Recuperé mi peso de 62kg (eso de andar por la vida con siete kilos menos era desesperante y ya tenía a todo el mundo preocupado porque comía como troglodita y no subía un gramo). Mi cabello sigue corto pero ahora hago y deshago con él por pura diversión.
Hoy tengo varias medallas de cinco y 10 kilómetros, voy a correr la Gatorade de 15 km en dos semanas, y el 25 de agosto, 10 meses después de que me inicié en esto, el medio maratón de la Ciudad de México.