Hola amigas:
Quiero compartirles esto, tengo una anécdota chusca de mis primeros tres días corriendo…bueno de hecho son dos.
Soy del puerto de Veracruz, acá la mayor parte de las personas corremos, trotamos o caminamos en el boulevard. En este sitio no solo va la gente a correr, es un sitio de paseo, lo misma llevan a su mascota que igual se sientan a ver el mar. El caso es que siempre hay gente.
Como buena jarocha comencé corriendo por ahí, bueno primero caminando y luego trotando y así. Y lo hago por la noche porque salgo un poco tarde de mi trabajo. En mis primeros días de correr, lo hacía un poco insegura, como les decía, ahí va mucha gente a correr y muchos de ellos ya compiten en maratones y honestamente me daba un poco de pena correr más lento o menos que ellos. Pero poco a poco, conforme iba pasando los días, dejó de preocuparme ese tema.
Creo que era el quinto o cuarto día en que corría que pude ver a lo lejos a otro corredor de no muy mal ver, guapetón, que venía hacia mí pero corriendo sobre la calle, a su costado iba su enorme y gigantesco perro, de una raza que es enorme (no sé cómo se llama). El perro iba siguiendo el paso de su amo, corriendo sobre la banqueta por donde yo también lo hacía. Cuando vi al chico guapo y que ya casi iba a cruzarme con él en el camino, erguí mi espalda, apreté la panza y aceleré el paso, según yo con el firme objetivo de verme interesante y sobre todo más corredora. Unos metros más adelante giré mi cabeza para verlo y no me percaté que su perro enorme llevaba una correa, casi transparente que él sujetaba, por no mirar por donde iba, la correa se enredó en mis piernas, me llevé al perro por la velocidad que iba, rodé, caí y terminé abajo del can con sus enormes testículos en mi cara…. por supuesto, el chavo no paraba de reír porque yo no podía levantarme y el perro tampoco.
La moraleja de ese día es: «siempre ver por donde voy».
¡Saludos!
Saya GM