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Antes que nada les quiero agradecer a cada una por tomarse el tiempo de escribir, de echarme porras, bendiciones y estar presentes desde el inicio de mi viaje a mi primer maratón.

Me emociona saber que, aunque algunas no me conozcan, están ahí presentes como parte de un equipo sin nombre que se apoya por el simple hecho de compartir la misma pasión por un deporte tan lindo como es correr.

Quiero que sepan que empecé corriendo porque en palabras de una amiga: “Tenía que sudar lo que no había llorado” esto, después de la muerte de un ser muy querido.

Empecé corriendo 3, 5 y 10k y ahora, después de haber logrado completar 42k, estoy convencida que fue la mejor decisión que he tomado en mi vida.

Correr se ha convertido en mi pasión, mi terapia y mi felicidad; me permite estar conmigo durante le día, escucharme y conocerme cada vez más pero lo más importante, me ha ayudado a hacer equipo conmigo misma.

Les comparto la crónica de mi carrera y les recuerdo que a la hora de correr la única que puede decidir cuando parar eres tu misma.

Dicen que muchas veces lo más sencillo resulta lo más complicado. Como correr, por ejemplo; es un deporte que no exige compañeros, aditamentos especiales o estrategia definida. Salvo que quieras romper alguna marca, lo único que necesitas es un par de tenis y un lugar lo suficientemente decente para correr y ya está: corres, sudas y terminas, una cosa muy sencilla.

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Cada vez que alguien me pregunta por qué me gusta correr pasa lo siguiente: alguien hace la pregunta, yo contesto y, sin que yo les pregunte o me dejen terminar, dicen algo así como: “A mí no me gusta correr, me aburro, que flojera, no podría correr tantos kilómetros”. Por eso creo que algo tan “sencillo” como correr no es para todos y les voy a decir por qué.

Hace unos días corrí mi primer maratón; los nervios eran tales que un par de veces dudé si debí o no correr más, si había elegido los tenis correctos para ese día. Viaje a Chicago con Alejandra, Alexandra y Karina, tres de mis compañeras en Shankha Running Community, Rafa quien se encargó de organizar el viaje, Erick nuestro ángel de la guarda/entrenador, Alma nuestra amiga/paño de lágrimas/medio mamá y representante de Nike, y cómo cereza del pastel, mi novio que llegó de sorpresa para apoyarme.

El equipo estaba completo y aunque estaba nerviosa de alguna forma me sentía muy bien cuidada; sabía que las palabras y experiencia de cada uno me ayudarían a cumplir con esos 42 kilómetros para los que había estado entrenando.

El día llegó, todos caminamos hacia la entrada de los corrales y las cuatro Shankhas corredoras nos despedimos del resto del equipo que prometió encontrarnos en las millas 2, 13 y 20. Alex y Alejandra se adelantaron, yo decidí acompañar a Karina a dejar sus cosas al guardarropa y al baño.

Faltaban 5 min para empezar, Karina y yo corrimos a la entrada de nuestros corrales y ahí nos despedimos, yo tenía que salir en el corral D y ella en el E; me dio un fuerte abrazo, me apretó de los hombros y me dijo “Mucha suerte” viéndome a los ojos. Me quedé sola, en medio de un mar de gente que calentaba, estiraba y exhalaba sin haber inhalado. “Están nerviosos igual que yo”, pensé, y eso por alguna razón me dio un poco de tranquilidad.

Empezamos a avanzar, yo no podía ver nada porque mido 1.54 mts, así que solo veía números y espaldas, no sabía qué había frente a mí pero como ya estoy acostumbrada a esos “escenarios” decidí ponerme mis audífonos y limitarme a escuchar la lista que previamente había cargado en mi teléfono. Caminamos un poco más y vi el arco de salida, nos acercamos un poco más hasta que sentí que algo me apretó el pecho y empecé a correr. Prometí no pensar en mi tiempo y disfrutar la carrera, dicen que no hay mejor manera de conocer una ciudad que corriendo, así que decidí conocer Chicago así.

La gente nos apoyaba a cada paso: “Good luck random stranger”, decían un par de letreros, niños aplaudían, gente con banderas de todos los países nos veían pasar y aplaudían sin importar la nacionalidad y yo estaba feliz. Pasando la milla dos, algo así como el kilómetro cuatro, me encontré con Alma, Rafa y mi novio; me llenó de felicidad verlos. Rafa corrió un poco conmigo y luego me dejó sola: “Nos vemos en la milla 12”. Perfecto, mientras disfrutaría la ciudad. Corría haciendo tandas de 5km en 28 y 27 min, nada mal. Me sentía muy bien, me gustaba ver a la gente pasar y de repente pegarme a un par de corredores “rápidos” solo por probar su ritmo. De pronto sentí que había algo que no estaba bien, me empezó a doler la planta del pie y sentía que mi tenis tenían piedras calientes cada vez que pisaba. Sí, me estaban saliendo ampollas. Ampollas en el kilómetro 12. Esas que nunca me habían salido decidieron hacerse presentes en el kilómetro 12 de 42.

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Mi próximo punto de encuentro era la milla 12, es decir, en el kilómetro 19. Faltaba mucho así que decidí concentrarme en el camino; corrí unos kilómetros más y parecía que la planta del pie hablaba más fuerte que todo mi cuerpo, no sabía si raspaba, quemaba o dolía. Llegué a la milla 12 y mi novio me vio y corrió conmigo un poco. “Me duele el pie”, “¿Te quieres parar para revisar?”, “No, solo dame vaselina. ya veré si me paro”. Me fui corriendo y prometió verme en la milla 20; como pienso en kilómetros me hice a la idea de tomar las millas como kilómetros y quizás así no me sería tan pesado. Revisé mi reloj y había hecho mi mejor marca en el medio maratón, ¡bien! Algo bueno con todo y ampolla. El dolor seguía y para el kilómetro 25 ya no aguantaba. Corría como no se debe correr: pensando en el factor externo que te hace dudar si quieres seguir corriendo.

En el kilómetro 27 me encontré con tres hombres que corrían a paso muy lento, uno de ellos era ciego y los otros dos eran sus guías. “Muy bien, Lorena, tu quejándote de una ampolla y frente a ti viene el mejor par de cachetadas que la vida te pudo dar”, pensé. Me acerqué a ellos y les dije: “Son una gran inspiración, gracias”; corrí un poco a lado de ellos para darme valor y después seguí mi camino. Sentí que empecé a bajar el paso, ya no estaba tan bien, empecé a pensar muchas cosas al mismo tiempo, veía a la gente pero por alguna razón ya no estaba disfrutando el camino. El sol estaba muy alto y en vez de concentrarme en correr estaba pensando en mi pie, mi pie y ¿mi rodilla? ¿Mi rodilla derecha? ¡Esa jamás me había dolido, era la izquierda! ¡La izquierda me tenía que doler! Ok, concéntrate en correr.

Un día antes Alex me dijo: “Te va a doler todo pero no importa, tú corre”, y eso fue lo que hice. Llegué a la milla 20, el kilómetro 33 más o menos, vi a mi novio y le dije: “Corre conmigo un poco, ayúdame”. Me dolían las piernas, el dolor de la planta seguía, ahora me dolía la rodilla y entre todo esto, lo único que escuché fue: “Esta padrísimo mi amor, lo estás haciendo muy bien”. Me dejó unos metros adelante y pensé que quizás sí estaba padrísimo y que quizás sí lo estaba haciendo muy bien pero mi dolor no me dejaba verlo.

Bajé mi paso, sí, más, y empecé a ver a la gente, esa que me motivó en el inicio de la carrera. Habían letreros que decían: “Toca aquí para tener superpoderes”, yo los tocaba todos. Un poco más adelante me encontré con un mexicano que venía caminando: “Venga México, no te pares”, le grité. Miren quién le dice que no se pare… él siguió corriendo y le dije que correría con él porque ya no aguantaba. “No te canses”, me dijo; lo peor es que no estaba cansada, era el dolor que traía cargando desde el kilómetro 12 pero a esas alturas no me iba a poner a platicar con él sobre todos mis dolores acumulados.

Llegamos al kilómetro 37 y lo perdí de vista. Para estas alturas el pie ya se me había dormido, a buena hora, así que ya no sentía nada, solo desesperación por llegar. Había gente caminando y yo pensaba: “Te faltan 5 km, no puedes caminar, ahorita ya no” . Bajé todavía más mi paso y justo cuando pensé que era buena idea caminar, de la absoluta nada apareció mi entrenador: “¿Como vas, Lore?”. Me hubiera encantado decirle que bien pero con tanto dolor, yo ya quería terminar. “Ya casi vas a terminar, Lore. Estos últimos kilómetros lo voy a correr contigo, solo no te desesperes”.. Faltaban menos de 4 kms cuando le pregunté a Erick “¿Esa es la meta?”, “No, Lore: corre, ya no veas para adelante ve al piso y corre”. Ok, entonces vi al piso y seguí corriendo. Poco antes de llegar a la meta sacaron a Erick porque no traía número. “No te pares. Lore. ¡Sigue corriendo!”, así que corrí los últimos 800mts sola, así como empecé.

Finalmente vi la meta y corrí más rápido, levanté los brazos y llegué. 42km 195mts. Había hecho mi primer maratón.

Salí como pude de entre la gente y, como en película de Humphrey Bogart, me encontré con mi novio saliendo de las vallas de seguridad. No sabía si llorar, abrazarlo o gritar, así que hice todo al mismo tiempo. Estaba adolorida, sudada, medio entumecida pero entera. Pasó el día y nos encontramos con el resto del equipo. Yo seguía inconforme, sentía que el dolor del pie me había dejado llevar toda la carrera y que me hubiera ido mejor si no lo hubiera tenido, hasta que Alex me dijo algo muy cierto: “Pero así es la vida, Lore. Te encuentras con cosas que no te esperas pero hay que llegar preparada y no pararse. Tú no te paraste”, y sí, tenía razón, no me detuve.

Por eso creo que correr no es para todos, se necesita tener una relación con uno mismo lo suficientemente “seria” para escucharse llorar o quejarse y saberse contestar: “Cállate, no hagas caso”; necesitas ser una de esas personas que en vez de hacer un deporte en equipo decida hacer equipo consigo mismo, sin dejarte caer ni permitirte parar. Pero aunque hagas todo esto solo, convertirlo en algo tan serio que hasta tu novio viaje de México a Chicago para apoyarte.

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Dicen que un maratón te cambia la vida y sí, me ayudó a valorar a la gente que tengo, a saber que aunque corro sola hay un montón de personas a mi lado, que para los kilómetros que ya no pueda habrá alguien que me ayude a no correrlos sola, aunque sea un cachito. Aprendí que aunque parezca la misma carrera, para algunos es más pesado que para otros, como la vida; que hay que valorar lo que haces pero al mismo tiempo ser humilde y lo más importante, que al final la única persona que siempre te va a acompañar para los buenos y los malos kilómetros eres tú mismo.

Gracias a todas las Shankhas por las porras, a Alma por creer, a Rafa por hacer el viaje divino, a mi familia por apoyarme,a mi entrenador por confiar en mí y a mi novio, que corrió conmigo y fue hasta Chicago para “no dejarme sola”.

Te invito a que leas mi blog http://goo.gl/dPprc4

Lorena Marín y Kall

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