Por cuarto año consecutivo corrí el Medio Maratón de Guadalajara, pero esta vez tuvo un sabor diferente ya que fue parte de mi preparación para el maratón que correré en abril próximo. Fue mi segundo 21k en lo que va del año y al igual que cada uno de los que he corrido, éste fue muy esperado. En esta edición, se cambió la ruta, aparentemente retadora que a mí, en lo particular, no me preocupada. Pero justo aquí comienza el relato de los mil colores.
Al querer aprovechar el medio maratón para hacer una de mis distancias para el maratón, era necesario levantarme aún más temprano. A las 5:30 de la mañana sonó mi despertador, un día antes dejamos todo preparado y organizado para este día.
Llegamos una hora antes al lugar de salida, aún estaba oscuro y no era muy clara la visión, menos para mí que al estar sin lentes todo se me complica un poco más. Hicimos el estiramiento apropiado para comenzar a correr y con ese nervio y emoción de sumar los kilómetros que me faltaban para completar la distancia que el entrenamiento marcaba, a dos cuadras apenas de iniciar, ¡zas!, me caí.
El piso me recibió ensuciando mi outfit que estaba impecable y entre risas, nervios y un poco de dolor, me levanté y seguí mi camino y ya con un poco más de precaución, llegamos a la glorieta de La Minerva.
Recobré esa emoción al contagiarme de ver toda esa gente feliz y nerviosa por la carrera, y además, el escuchar el grito de terror al ver cómo casi se llevan a una chava que estaba dentro del baño portátil, puso de nuevo en mi cara esa sonrisa llena de emoción.
Ya formadas en alguno de los corrales sin saber mucho sobre qué estaba pasando, ya que nos formamos lejos de la salida, observaba a todos los grupos de corredores tomándose fotos, amigos y conocidos a lo lejos saludando sin poder extender mucho la mano.
Comenzamos a avanzar y en el fondo deseaba cruzar la línea de salida para empezar a correr. El avance era lento, ¡cómo no!, si 9,000 corredores estábamos ansiosos por iniciar. Los primeros dos kilómetros era imposible tomar nuestro paso pero desde ahí se sentía una ruta muy acompañada por las porras, música y gritos.
Ya en el km 2 pudimos tomar un paso mucho más fluido y al mismo tiempo, fuimos saludando a grandes amigos que compartimos el mismo amor por correr. Del km 2 al km 11 me sentí fuerte, emocionada de recorrer esta ciudad que tanto me gusta y ver a tantas personas alentando a cuanto corredor pasaba por su calle, me encantó.
Al estar realizando un buen entrenamiento, alimentación e hidratación no creí que llegara el agotamiento y una bajada de azúcar que me complicara esta ruta pero así fue. Mis piernas no reaccionaban como yo quería, sentía ese sudor frío que te pone la piel chinita y mi cabeza me estaba haciendo muy malas jugadas.
Gracias a mi gran compañera, que a pesar de sentirse en excelente forma estuvo ahí acompañándome y ayudándome a seguir adelante lo mejor posible, insistió desde el km 15 en comprarme una Coca Cola pero yo me resistía, en el km 19 simplemente llegó con ella. Me hizo la diferencia, fui muy necia de no aceptarla al principio pero creo que podría haber disfrutado mucho más de este gran recorrido.
Esos últimos dos km los pude volver a disfrutar como se debe y cerrar casi como me hubiera gustado.
Jimena Ruiz