Hace más de un año corría en esta pista tan mía, corría sacando el dolor de un
abandono, la frustración de no haber podido mantenerlo a mi lado, de haber
quedado como una aprovechada sin serlo y haciendo que ese coraje me hiciera más fuerte para empezar de nuevo, porque no solo se iba de mi lado, también se llevaba mi estabilidad emocional y la económica, me tocaba nuevamente recogerme
de un hondo agujero.
Casi sin aliento y a la mitad de pista gritaba mi pensamiento, mis emociones: “Si puedes
llegar a esa meta, si has salido de situaciones igual de difíciles, ¡vamos, vamos!”. Llegaba casi queriendo tirarme y pensando que esta vez sería igual de difícil abrirme paso por mí misma, seguí corriendo con menor intensidad en cada pisada y con mucha intensidad sentimental, lloraba por haberme abandonado a un hombre y obtener el mismo mugre resultado que la vez anterior pero recurrí a sanar mi alma corriendo como
tantas veces lo he hecho, «mi quitapenas, mi salva almas».
Hace días me descubrí recordando esa imagen, casi reviviéndola, recordaba tanto dolor pero esta vez estaba completa, esta vez sin fatiga y con mucha buena energía, pude salir triunfadora de esa situación, estudiando, trabajando, siendo madre y mujer, y
más aun comprometiéndome a ser una runner, ya que aunque era frecuente que
salía a correr, no me decidía a hacerlo en forma hasta que fui a la Color Run y
vi que ese ambiente era como yo, divertida, vibrante, gente echada padelante,
vi que pude con 5 k, y cada día voy por mas, sin cansancio y con un sueño, que es que a
partir de mis treinta años correré un maratón por año. Si con 5 K había una
fiesta en mi interior no imagino aun lo que serán 42 K, ya lo sueño.
Días después de mi primera carrera mis amigas me decían que me veía diferente.