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Quizá esto sea demasiado cursi pero cuando uno se enamora todo es así. Recuerdo la primera vez que supe de ti, lo hacía de una forma tan torpe que terminé lesionándome. Empezaste a gustarme cuando a muy pocos les importabas, cuando aún no eras tan popular. Sabes, eso me hacía sentir rara, a diferencia de ahora que uno se puede sentir una súper mujer o un súper hombre.

Hace casi 23 años, yo me enamoré de ti por una sola razón, me permitías escaparme de mi situación complicada de adolescente, ni yo misma me entendía pero tú siempre estabas ahí y contigo podía comprender muchas de las cosas que me molestaban y de paso, me enseñabas a soñar y a pensar en estrategias para lograr esos sueños.

Nuestras citas eran en un parque a la vuelta de mi casa, que nada tenía que ver con los de ahora que son exclusivos para corredores. No me ponía los mejores gadgets, tenis o ropa para verte, nos conocimos de la forma más sencilla. Es más, nuestro amor era tal que era capaz de encontrarme contigo a las 3pm todos los días, cuando el sol más apremiaba en mi querido Torreón y sin importarme llegar bañada en sudor a casa y con la cara quemada, tú siempre me hacías sentir mejor y me sacabas muchas sonrisas.

Te volviste una adicción en mi vida, cuando hice mi primera carrera que fueron 21K, recuerdo que no te odié, al contrario, ese dolor en las piernas me pareció tan delicioso que siento que me volví masoquista a tu lado. Podía correr hasta dos horas sin parar, como si huyera de algo o de alguien pero es que solo tú tenías la capacidad de ponerme en mi lugar de buena manera.

Pero si pensábamos que la distancia nos iba a separar, eso no fue posible. Cuando llegué a la Ciudad de México te volviste como mi mejor amigo. Esos 30 minutos o el tiempo que fuera, me permitían olvidarme de mi soledad y conocer una ciudad tan grande, ¡me gustaba correr en todos los parques para no perderme!. Y entonces, me pusiste en el camino correcto y me regalaste a un gran entrenador. Aprendí más de ti, nuestra relación se volvió más sofisticada y dimos el paso a competir en las carreras de calle en el DF, cuando había muy pocas, donde no existía toda la parafernalia de hoy. Además, me llevaste a entrenar a la pista y me enseñaste de la adrenalina por competir en ella.

Al final, entendí que nunca nos separaríamos. Yo podía cambiar de novio pero nunca te cambiaba a ti. Yo podía cambiar de ciudad y siempre encontraba un sitio para verte. Yo podía irme de fiesta y de antro (que siempre me gustó) pero yo volvía a ti a como diera lugar. Yo podía probar otros deportes y siempre regresaba a tu lado. Tu me has visto formar una familia y también me llevaste a trabajar contigo y conocer muchos países corriendo. Hemos crecido juntos y hemos experimentado las diversas etapas del running. ¿Sabes que nunca lo busqué? Pero me diste la opción de vivir de ti, no compitiendo como atleta elite sino llevándome al mundo editorial y hoy, a crear un website inspirado en ti.

Has estado en mis momentos de alegría y también en los tristes, me has enseñado mucho de la vida y no hay forma de que yo no la entienda si no es contigo. Hemos tenido nuestras crisis y me has obligado a alejarme de ti para volver a quererte con más ganas. ¿Recuerdas que te dije que los maratones me aburrían? Ah pues tu me explicaste que ellos no eran el problema sino yo y mi incapacidad para cambiar mis circunstancias. Las cambié gracias ti y estoy tan feliz por ello, que hoy más que nunca te llevo en mi corazón.

Ahora me acompañas en mi segundo embarazo, me haces sentir con más energía, me llenas de luz y yo solo puedo agradecerte haber aparecido aquel día en Torreón, donde a regañadientes acudí a tu encuentro.

¿Qué haría sin ti? Seguro estaría aburrida porque aunque no me lo creas, tú le das chispa a mis días. Ni modo, seguiremos juntos por más tiempo porque lo que más valoro de ti es que me dejas vivir mi vida, no me presionas ni me has dejado obsesionarme contigo, aunque siempre estás de alguna forma en ella. Yo solo quiero que seas mi eterno novio y amigo.

Sonia