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Faltaban dos semanas para el primero de los dos maratones planeados este año. Berlin había llegado de manera intempestiva, yo planeaba ir a Chicago. Por decisiones del destino, Berlin es una ciudad a la que voy cada año sin proponérmelo. Y acepté la invitación de adidas latinoamérica. ¡3o de septiembre!

Todo listo, entrenamiento avanzado, mejora en la velocidad, kilos de grasa menos, los sueños a full…pero todos tenemos una parte en nuestras vidas que nos cuesta reconocer, ocultamos o tratamos de mantener a raya en nuestra euforia por correr. Siempre he dicho que el maratón es como la vida, pero jamás imaginé que la vida pusiera a prueba mi fortaleza mental de una forma tan abrupta y cerca de unos 42K. Dos semanas antes del Maratón de Berlín, tuve que tomar decisiones en mi vida personal. El desgaste emocional que eso provoca aunado al estrés que un maratón implica, hacían que mi mente se debatiera entre abandonarme a la angustia, al miedo, a la hostilidad o bien, a renacer y salir invicta.

Decidí que aún cuando mi pasión por el running moleste, yo quería estar en mi maratón y debía superarlo. No estaba en el plan lo que ahora la vida me pondría al frente. Volé a Berlín con ilusión pero desgastada emocionalmente. Pero ¿qué tanto no hemos aprendido los corredores que no podamos aplicar a nuestra vida? Decidí enfrentar todo y como dirían en mi pueblo: «tomar al toro por los cuernos». Llegué a mi hotel contenta, con el apoyo de grandes amigos (a varios de ellos los he conocido recientemente) que se ocuparon (sin imaginarlo) de hacerme la vida más amena y fácil cuando yo no decía ni una palabra de lo que en el fondo estaba viviendo.

El viernes por la mañana tuve la oportunidad de conocer a Geoffrey Mutai, 2:03 en el Maratón de Boston y quienes todos creían que iba a romper el récord en el Maratón de Berlin. Nunca voy a olvidar una frase que me dijo: «yo sólo me concentro, vengo a dar lo mejor de mi». Decidí adoptar esa actitud, estaba decidida a dar lo mejor de mi.

La expo fue muy rara, yo había ido en 2008 y no era así. Varios hangares para llegar a recoger tu número y no es como en los maratones de EUA donde la entrega está aparte, acá tienes que cruzar la expo para recoger tu kit. Miles y miles de corredores. El sábado era imposible, cerraban las puertas y sólo dejaban entrar pequeñas oleadas de corredores. Un caos. Y el marketing a todo lo que daba. Pero el stand de la Embajada de México en Alemania se sacó un 10 al promocionar a México como destino turístico. Nos regaló playeras y gorras y nos invitó a un brindis el domingo en la Embajada. ¡Aplausos!

El sábado por la tarde nos reunimos los mexicanos en la Puerta de Brandenburgo para la foto, ¡fue muy emocionante! De verdad nos salió el orgullo mexicano y había tantos sentimientos encontrados que todos nos abrazábamos, nos tomábamos fotos y nos vacilábamos aún sin conocernos.

Preparé mi oufit de corredora, playera adidas con diseño especial, top y licra de Reebok y al final me decidí por mis Newton Mex-Style y me compré unos protectores para los dedos que fueron lo máximo. Estos Newton me quedan un poco cortos del frente y el dedo gordo me llega a lastimar en carreras muy largas, así que debía protegerlos.

El domingo por la mañana me tomé un café, un plátano y mi Nuun. Nos situamos en la salida del maratón: Margoth de Soy Maratonista, mi super comadre Valeria Villa y yo. Nos damos cuenta que estamos en el último bloque de salida. A Margoth y a mi nos habían inscrito, nosotros no decidimos el corral.

Como íbamos en el bloque más lento, nos fue imposible rebasar y salir como hubiéramos querido. Valeria, nerviosa porque haría sus primeros 42K, me dice: «tu dale Sonita, yo te sigo». Y pensé, creo que puedo ser su pacer y aceptamos el reto. Corrimos juntas, los primeros kms no había hidratación tan seguido, fue hasta después del 15 que encontramos más, pero de la forma menos útil posible: en vasos de plástico y sólo del lado derecho. Esto llevó a que nos detuviéramos por completo para tomar un sorbo de agua. «¡Maldita sea, me cuesta mucho recuperar el ritmo cuando paro por completo, perderé un chorro de tiempo y encima hace calor!», renegaba. Berlín es un maratón plano, con tres subidas pequeñas que no tienen bajadas, no hay forma de descansar las piernas. Pero ¡es tan aburrido! Eso digo yo, que me gustan las subidas y bajadas, los retos en las carreras pero la ciudad está llena de historia.

No puedo negar que el apoyo entre mexicanos fue grandioso «Vamos México», «Vamos Sonita», que lindo era escucharlos. Al km 32 me da un dolor en la espalda baja y digo «no ma…ahorita no, endereza el cuerpo». Y me tomo mis geles y Sports Beans y mucha agua. Había Power Bar pero no podía experimentar, yo tomo Gatorade y las bandejas de plástico con agua que eran para mojar tu esponja, también ¡servían para llenar tu vaso y beberla si querías! ¡ay que asco!

Al km 40, empiezo a llorar, una mezcla de rabia me inunda. No mejoré mi marca y era evidente que el tiempo ya no me alcanzaba. Necesitaba apartarme de mi amiga Valeria para soltar aquello que me atormentaba. Fueron 2 kms de impotencia, de dolor, de tristeza…pero al final, como si la luz apareciera en el camino, decidí entrar contenta y me propuse dar las gracias por el maratón, por la oportunidad de haber sido pacer de mi amiga, por estar ahí, por tener piernas y vida para cumplir mis sueños, y me dije: «¡quiero salir muy feliz en las fotos de la llegada!». Me quité la banda del pulsómetro, ¡ya no la necesitaba! La puerta de Brandenburgo era la llegada a la libertad. Y crucé saltando como una niña en medio del parque, emocionada y cuando paré: «me lleva la fruta, otra vez llorando». Se acerca el servicio médico, me pregunta si estoy bien. Valeria me alcanza y me abraza, ella también lloró por lo que estaba haciendo. En la meta me encuentro al chico mexicano que en el km 35 yo animé a seguir corriendo porque ya iba caminando, nos reímos y caminamos juntos.

 

Quería hielos y agua, y me encuentro que las mismas bandejas ahora eran de Power Bar y todo mundo metía las manos ahí. Me digo «que exigentes somos». Me ponen la medalla, estiro un poco y a tomar vasitos de agua. Llegamos al encuentro con amigos y familiares, tomo una Coca Cola que me devuelve el azúcar y me da el levantón. Al final, había conseguido hacer 4:34, un tiempo que no me pasó por la cabeza, 4% más que en mi debut de maratón. Por la noche nos fuimos a festejar en la Embajada donde conocí a muchos runners mexicanos muy valiosos.

Hoy, no me duele nada, ¡obvio! yo no me preparé físicamente para tirar así la flojera. ¡Tengo tantas ganas de correr ya! que por mí mañana mismo hacía 21K. Sin embargo, me queda el maratón de Nueva York, a donde voy a llegar entera, y ahí correré por una causa por Fundación Cimab. ¡Que gran regalo! No me queda duda que todos los maratones son diferentes, esta vez he aprendido tanto del trabajo en equipo de los kenianos, de ese respeto que hay entre ellos (me acordé del cierre del maratón entre Mutai y Kimmeto y la estrategia de trabajar en conjunto que el viernes anterior habían comentado). A pesar de ser un trabajo tan individual llega un momento en que debes dejar de lado el ego y trabajar en equipo para aprender el otro lado de correr.

Gracias a todos los que han formado parte de esta historia, en especial a adidas por haberme llevado hasta allá, me queda un pendiente, un reto por cumplir. Sigo con la dieta de maratonista (aunque ahora llevo dos días de hambre intensa) y preparo los músculos en gym para aguantar el último jalón, ¡tengo miedo! jeje.

Cuando hayamos cumplido el reto Berlin-NYC Marathon, les diré qué se siente hacer una catarsis en un maratón y renacer en el otro.

¡Gracias por leerme!

*Publicado el 3 de octubre de 2012