-“¿Qué significa para ti correr este maratón?”, me preguntó mi psicóloga hace algunas semanas, y aunque ahora tengo una respuesta para ello, en ese momento sólo rompí en llanto sin poder articular una sola palabra. La meta de un maratón siempre ha significado para mí un cierre, la clausura de algo, como si al cruzarla se dejara atrás todo lo que ya no tiene que seguir conmigo. Y con este maratón yo quería dejar atrás uno de los periodos más difíciles de mi vida.
Hace casi un año, Soy Corredora me dio la noticia que yo estaría participando en el Maratón de Chicago 2019, una noticia que me llenó de una emoción muy grande, la cual se multiplicó cuando mi familia se sumó a la aventura, mi esposo corriendo y mis papás, hermanos y cuñada, acompañándonos. Aún recuerdo lo emocionada que estaba, parte de mí no podía creerlo.
Es completamente cierto que todo aquello que vale la pena, no será fácil de conseguir, los grandes logros siempre vienen condicionados por grandes sacrificios, y esto aplica a todo en la vida. Y aunque este es un relato sobre un maratón, en este momento no estoy hablando precisamente sobre correr. No voy a victimizarme ni a profundizar en ello, pero he de reconocer que tuve un duro camino a este maratón.
Promoverme en el trabajo, querer estar siempre ahí para todos, no saber decir “no”, echarme demasiados compromisos, la construcción de mi casa y todos los conflictos económicos y de pareja derivados de ello, me hicieron trizas física, mental y emocionalmente. Me encontraba continuamente enferma y exhausta, y me lo reprochaba a mí misma todo el tiempo.
“Deberías estar corriendo”, me repetía en la cabeza, pero no podía, y muchas veces no quería. Sin embargo, en los mejores días salía a trotar, y aunque yo sabía que trotar de 5 a 10 kilómetros unas 3 o 4 veces por semana no era un entrenamiento para un maratón, era lo que había. Traté de mantener el barco a flote, pero hubo un momento en que reconocí que ya no podía más.
Afortunadamente busqué y encontré ayuda. Inicié una terapia psicológica en marzo de este año, y aunque inconscientemente opuse resistencia y en ocasiones las sesiones me agotaban, no falté a una sola. Y gracias a ello, poco a poco, todo se fue (y se va) poniendo en su lugar. Así pues, entre la lucha con la depresión y la ansiedad, adaptarme a mi trabajo lleno de responsabilidades y estrés, mi casa en proceso, la mudanza posterior, el rescate de mi matrimonio y mi intento de entrenamiento, se iba acercando la fecha.
-“Siento que no he hecho lo suficiente”, le dije a mi psicóloga a casi un mes del maratón. Ella me respondió: -“No invalides tu proceso, has trabajado muy duro aquí, correr no es algo que tu cuerpo desconozca, y no has dejado de hacerlo, sé que te va a ir muy bien”. Una semana después corrí 24 kilómetros, la distancia más larga que hice para el maratón, afortunadamente me sentí bien. Ahí supe que sí iba a terminar los 42.195 kilómetros, no podía decir en cuánto tiempo, pero claro que iba a cruzar esa meta.
Con la experiencia de dos maratones, reconociendo mis errores anteriores y siendo muy honesta con mi preparación actual, mi estrategia para este maratón fue mantener un ritmo muy cómodo, no dejarme presionar por el reloj y disfrutar al máximo la experiencia de correr mi primer maratón Major. Sin más, se llegó la fecha de volar hasta Chicago, y decidí que no había cabida para dudas en mi maleta, me fui sin ellas, me fui ligera, creyendo en mí.
Al llegar quedé fascinada con la imponente belleza de la ciudad, un paisaje urbano que me dejó sin aliento. Un clima helado nos recibió muy temprano, con lluvia ligera y esas ráfagas de aire que hacen llamar a Chicago “La Ciudad de los Vientos”. Pronto nos encontramos recogiendo nuestro paquete en la Expo, junto a miles de personas de diferentes lenguas, rasgos y culturas, una inmensa diversidad reunida con la misma meta en la mente y en el corazón.
Esta experiencia en Chicago, fue muy significativa para mí, porque además de todo, tuve la oportunidad de convivir con primos y tíos que hacía mucho tiempo no veía. Todos ellos y mi familia estaban organizándose para esperarnos en el kilómetro 30, y posteriormente hacer una reunión para celebrar juntos la medalla. No saben lo que esto significó para mí.
Se llegó la noche previa al maratón, cenamos temprano, dejé listas mis cosas, y me dispuse a descansar. El día se había llegado, y yo, después de tantas dificultades, estaba lista y estaba tranquila. Desperté, me alisté y salimos muy temprano a encontrarnos con ese maratón. El tren se llenó de
corredores abrigados y nerviosos. Sus rostros, todos diversos, reflejaban una misma emoción, esa fue una estampa hermosa que nunca voy a olvidar.
Llegamos al lugar, aquello era una multitud, pronto tuvimos que ubicar el corral para salir, me despedí de mi esposo, le di la bendición y pensé: “Te veo en un rato amor mío, con la medalla en mi cuello”. Entré a mi corral, esperé la salida y en un momento comencé a correr, y ahí iba yo, junto a algunos miles de hermanos corredores creyendo en nosotros, persiguiendo cada quien la misma meta, pero con un significado y una historia diferente.
Fue hermoso correr entre los grandes edificios del centro de Chicago, en una ruta enmarcada metro a metro por personas apoyando. Aquello era una fiesta de familias, de banderas, carteles (algunos inspiradores y otros muy graciosos), gritos y sonrisas de grandes y chicos de todas las naciones del mundo. Qué emoción tan grande es ver banderas de tu país estando lejos de él, -“¡Vamos México!” me gritaban al ver mi visera, y ahí entendí que yo, tú y todos los mexicanos, estemos donde estemos, somos y hacemos México.
Iba a mi ritmo, tranquila, mi reloj estaba vuelto loco, así que decidí ignorarlo, iba a sensación, disfrutando, sin prisa, pero sin pausa. Iba atenta a los letreros de las millas y kilómetros, pues mi familia me esperaba en el 30. Estaba ilusionada, nunca antes habían ido a verme correr. Me sentía
emocionada como una niña pequeña, siempre que veía familias esperando por sus corredores me preguntaba qué se sentiría, imaginaba a los míos, y que esas porras eran para mí. Ahora estaba por sentirlo de verdad, y quería que me vieran llegar con bien. Mi primer meta estaba ahí, con ellos.
Y después de 30 kilómetros, ahí estaban, los que yo más amo, gritando mi nombre, aguantando el frío, sosteniendo una manta con una foto mía y de mi esposo, emocionados y felices por mí. Lo recuerdo y vuelvo a emocionarme. Qué motivación tan grande, que emoción más hermosa, que
aliento y que empuje. La meta iba a ser mía, estaba más segura que nunca.
Llegué al kilómetro 35 y comencé a sentir el cansancio en mis piernas, un calambre de asomaba a mi muslo derecho, pero no alcanzaba a llegar. “Ya mero llegas, tranquila”. Kilómetro 37, “5 nomás y ya, imagina que vas a dar una vuelta al bordo con Julio y Joel, ellos vienen aquí contigo”. En el kilómetro 40, me estaba alcanzando el cansancio mental y comencé a pensar: “Por los que amo, por los que me aman, por los que creen en mí, por los que no, por quienes me apoyan, por los que me siguen, por los que se inspiran con esto, por todos ellos, pero sobre todo, POR Mí”.
Y cuando menos lo pensé, alcé la mirada y ahí estaba, la meta, MI META. “Lo hiciste, ya llegaste”. Corrí, apretando el paso, sonriendo, con el corazón a tope crucé la meta con los brazos arriba y el alma enardeciendo. Ahí sentí como mi cuerpo se liberaba de un peso que cargaba, eso ya no cruzó la meta conmigo, esa sombra que se apoderó de mi por más de dos años se quedó ahí, se desintegró, la vencí.
Me sentía ligera, como si flotara, no podía dejar de sonreír, me acerqué a recibir mi medalla, y con ella en el cuello caí en cuenta que todo contra lo que había luchado, que todo lo que había sufrido, ya no estaba ahí. Me solté en llanto de felicidad, de alivio, dejé fluir mis emociones y sentimientos, viví mi momento, al fin había encontrado mi redención. Fue hasta ese momento que vi materializado en la medalla, el coraje que tuve para no rendirme y tirar la toalla en una etapa muy dura de mi vida.
Con esto termino mi relato, y con el corazón les digo que si están atravesando por momentos difíciles: la tormenta va a pasar. Crecer, en todos los aspectos de la vida, duele. Tienes permiso de sentirte triste, y de no ser tan fuerte. No somos y no deberíamos ser omnipotentes. Pero después de que has caído, no te quedes ahí, busca ayuda, lucha, sé paciente y no invalides tu proceso.
Correr un maratón en 4 horas 45 minutos y 51 segundos puede no ser un gran logro para alguien más, pero para mí, ha sido más valioso que un PR. Este Maratón de Chicago siempre va a ser algo que recuerde con mucho cariño, ya que ha sido el que más he disfrutado y el que hasta ahora ha marcado más profundamente mi vida. La ruta y el clima estuvieron de mi lado, el aliento de la gente, los paisanos apoyando, mi familia conmigo, la experiencia de dos maratones, la confianza de Soy Corredora y Nike, la motivación de todas las personas que me alentaron antes y durante el maratón, la paciencia de mi psicóloga, el entrenamiento físico, pero sobre todo el mental y la entereza, la determinación y la paz que me acompañaron durante la carrera, han hecho esta experiencia inolvidable.
Gracias infinitas a quien estuvo conmigo en mis días más oscuros y en los llenos de luz, gracias por el cariño, por el empuje que me dan con sus palabras y su compañía física o virtual. Gracias a quien se alegra por mi y se queda conmigo a pesar de que no soy más que una persona común, que a veces no puede, pero que nunca se rinde. De corazón, GRACIAS.
Ross Ramírez.