“No dejes de correr, no dejes de correr, no dejo de correr…no voy a caminar, no viajé hasta aquí para rendirme ahora y caminar”, me repetía.

Me tomó 4 semanas prepararme para mis primeros 11 km, pero me tomó media vida aprender a amarme a mí misma. Una relación tóxica de 15 años, la pérdida de ambos padres y ver mi mundo desmoronarse en grandes y dolorosos pedazos, me enfrentó, directo y sin mayores escalas, conmigo misma y con mi puñado de miedos.

Soy Jess, tengo 33 años y soy maratonista.

Oficialmente, el 6 de diciembre de 2014 mi vida cambió, sin ser mi absoluta decisión. Tras meses de angustia y mucho desgaste en todo sentido, mi madre se fue. También murió Papá, se había ido hace varios años atrás. Cáncer. Soy hija única. Su camino a la tumba me dio las mejores y más grandes lecciones de vida. Me hizo despertar de un larguísimo letargo para que la vida me gritara que era momento de quererme, de soltar mis miedos, ser libre, vivir en paz y encontrar mi propia felicidad. Solo que no tenía idea por dónde comenzar.

Comencé a correr “en serio” el 8 de mayo de 2015. Y digo en serio, porque fue de los primeros compromisos que hice conmigo y solo por mí. Ya no había una pareja que reclamara mi tiempo o cuestionará mis decisiones, ya no había dependientes que me limitaran. Solo mi mente, y esa ya estaba en terapia.

Decidí que sin importar la fatiga, el clima, los ánimos, no me detendría. Nunca me he destacado por ser una persona estable y muy cuerda, y mucho menos por ser “normal”. Pero puedo ser muy tenaz, y hacer las cosas una y otra vez hasta conseguir lo que quiero.

Había hecho lo mismo para aferrarme una relación que no daba para más y para sabotearme una y otra vez. Si tenía esa energía, la usaría para hacer lo mejor que pudiera por mí misma. No tenía idea como terminaría los enormes 11 km, del Urban Trail Guanajuato, solo sabía que los iba a terminar. Y cruzar esa meta solo fue el inicio.

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Bastó esa carrera para comprometerme conmigo, para establecer una sana relación conmigo por primera vez. En el vestíbulo del crematorio le hice una promesa a mi madre occisa: “Voy a ser libre, voy a ser feliz y voy a estar bien mamá”. Jamás imaginé que correr me daría esa fuerza y esa claridad para lograrlo.

No cruzó por mi mente que correr librería mi cabeza de semejante modo, que me daría la confianza en mí misma que por años carecí. No pensé que podría llegar tan lejos. He corrido entre sollozos, con lágrimas en los ojos, que apenas me dejan ver el camino. He corrido en medio de una latosa lluvia matutina, he corrido llena de rabia conmigo misma y con mis traumas. He corrido melancólica y muy triste, y he corrido contenta, plena y hasta enamorada y al rayo del sol. He corrido, sola y maravillosamente acompañada.

Me ha tomado hasta ahora, según mi Garmin y Nike Run 1,423.27 kilómetros encontrarme a mí misma. El viaje ha sido maravilloso, desafiante y lleno de gratas sorpresas y por supuesto sigue acumulando kilómetros. Aprendí que soltando tenía el verdadero control de mi misma. Que querer no duele, que la soledad es maravillosa porque me deja en pacífica compañía de mi propio ser. Y me encontré con mi verdadero yo.

Estaba cansada de mirarme en el espejo sin sentirme yo misma, de mirar a una extraña en el reflejo, de sentirme vacía de vida y llena de temor. Esforzándome cada día por ser quien los demás querían que fuera. Menos por ser yo. Pasar de una carrera de 11km a medio maratón me tomó unos meses más, varias horas de entrenamiento, un enfriamiento, una lesión en la ruta corta del nervio ciático, mucho ácido láctico, y un fuerte dolor en el pecho, pero nada de eso me detuvo.

Y por más trillado que parezca, los límites de tus capacidades solo están en tu loca cabeza.

La primera vez que logré sostener un paso de carrera a 5”17 m/km pensaba: “Solo debía creer en mi”. Ver tu nombre colocado entre las primeras 20 corredoras de un trail es por demás motivante. Cruzar la meta de un medio maratón no tiene explicación literal alguna, hasta entonces no había llorado nunca al cruzar una meta, pero esa vez, apenas la crucé, las lágrimas salieron solas.

“¡Lo logré, lo logré, no solo una vez, lo he hecho por tercera vez!” repetía en mi mente una y otra vez mientras abracé a Lalo y hundí la cara en su pecho escuchándolo emocionado decirme: “Felicidades chamaca”.

En mi mente pasó la imagen de hacía un año atrás, en que yo misma estaba en ruinas, como una niña en medio de una tormenta, llena de dudas, miedos y lágrimas atoradas. Esta vez era una mujer feliz, ¡libre! Completamente dueña de mí y de mis sueños. Es la mejor forma en que puedo explicar esa maravillosa sensación. Adictiva sensación.

Si he llegado hasta aquí con apenas unos gramos de confianza en mí, ¿hasta dónde llegaré si me aumento la dosis? Por primera vez en mi vida he logrado ver a la Jess que los demás veían y que yo no era capaz de mirar y valorar. Hoy sé que soy mucho más fuerte de lo que pensaba y en todo sentido. Veo a mi cuerpo cambiar al mismo tiempo que mi alma se moldea y se ajusta en la verdadera y auténtica yo. Y es maravilloso encontrarme cada día.

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Apenas este 6 de marzo me estrené como maratonista, sabía que cuando cruzará la meta las emociones se me acumularían en los ojos. Conocí la famosa “pared” en el kilómetro 35, y entendí que era ahí donde mi maratón comenzaba en realidad. Extrañamente en mi, perdí el sueño dos noches antes del día estelar, mi mente decidió no descansar, estaba emocionada, entusiasmada, nerviosa, y sí, para variar, asustada.

Tuve que tomar 4 pastillas de pasiflora para medio conciliar el sueño, que finalmente llegó. Desde antes de cruzar los 21 km noté que tenía ámpulas en ambos pies, pero fue en los 21km que me animé a reventarlas, ni siquiera podía desatar las agujetas sin que el pulso me temblara, estaba bien, físicamente bien, solo que mi cuerpo estaba en plena marcha. Tuvieron que sostener mi pie para poder sujetarlas y reventarlas, me unté vaselina de nuevo y retomé el paso. Del 21 al 24 perdí la noción del kilometraje, y volví a perderlo hasta el 30, “Solo es un 10k más una vuelta extra”, me decía.

Corro en los Viveros de Coyoacán de la Ciudad de México y cada vuelta es de 2km, muchas carreras las mido con esa referencia de por medio. Sabía que iba por 3 horas 45 minutos o máximo 4 horas. Así que solo revisé la hora un par de veces. Después del km 30, supe que ya dejaría de contar con mis piernas, que ahora mi mente y mi corazón iban a terminar, porque el cansancio me recordó que estaba presente desde metros atrás.

Y en el km 35 fue como bajar un switch…nada, solo bajé y bajé más el paso, miré mi Garmin, ¡6:15!! «¡Qué carajos! Si venía sosteniendo un paso de 5:20». Comencé a subir la FC de 160 a 177 y con ese paso, sentí mi playera, seca y noté que no estaba sudando, los dedos del pie se durmieron, o se fueron de vacaciones en un calambre porque con cada pisada era como clavarme tachuelas en ellos. “¿Estás bien? ¿Te lastimaste o solo es cansancio?”, me preguntaron. Solo asentí con la cabeza que era cansancio, y repetí: “No duele, no duele, no duele, no dejes de correr, ahorita ya no dejes de correr, ya llegaste hasta acá, lo peor ya pasó, solo resiste, Jess, ¡resiste!”

Y como un flash, mi mente eligió un agrio recuerdo, muchas veces se manda sola y elige al azar algo que he guardado en mi memoria celosamente. “No estoy aquí, esto no me está pasando a mí, no soy yo, no estoy viviendo esto ahora, no voy a salir, no voy a salir, ¿cómo acabe aquí? Piensa en un lugar feliz, estás en otro lugar, en un lugar feliz, esto no me está pasando a mi” Encerrada en el clóset en ropa interior, con el cabello hecho trizas a la par que mi cabeza, abrazada a mis rodillas con la cabeza hundida entre ellas, rogando transportarme fuera de mi misma en ese instante. Con más golpes en el alma que en la cara y las costillas. Creo que sostuve ese recuerdo por los siguientes 3 kilómetros.

Si, esa es la pared. Te atascas en ella y sufres el resto del maratón, o la atraviesas y tomas el mando de ti misma. Aplastando lo negro del recuerdo, y avanzas, lo sueltas. Logré liberarme de la pared una vez que recordé que, “No soy ella, ya no soy ella, ella no está, ella ya se fue hace muchos kilómetros”. Cuando llegué al 40, supe que el Garmin estaba marcando más de 500 metros de diferencia, y vendría el cierre. Quise decirle que bajará el paso, que no se despegará tanto de mí, pero supe que no bajaría ni un segundo, que me forzaría a emparejarme y que sí bajaba un poco el paso, las piernas pesarían como cemento. Así que jalé tanto aire como pude y comencé a cerrar, pasamos el 41, solo es 1.5 kilómetros!! ¡YA LLEGASTE!! Estás a nada… lo repetí una y otra vez en mi cabeza o en voz alta, no lo sé, seguramente en ambas.

Lo vi sacar el teléfono para adelantarse como siempre y tomarme con la cámara cruzando; le dije que no, sé que me respondió, pero no atendí nada de su respuesta, solo repetí que no; apenas si quería hablar, ¡necesitaba ahorrarme aire! Y le dije que no, que no lo hiciera. Aceleró el paso, no estoy segura si me dijo algo, ya no lo quise escuchar más, solo corrí, rebasamos a otras almas que como nosotros iban padeciendo los últimos metros. Y nos miraron extrañados cruzar en un sprint con lo último que nos quedaba de piernas. Le tomé la mano apenas si por instinto y pisamos el tapete.

¡Lo logré! ¡Acabé! ¡Lo hice!! Sentía esas palabras retumbar en mi cabeza. Apenas si podía caminar, mis piernas eran espagueti, caminé en círculosy comencé a llorar. ¡Soy Maratonista! S-O-Y M-A-R-A-T-O-N-I-S-T-A.

Estaba segura que era real. Nos abrazamos y seguí llorando, lo escuchaba felicitarme mientras le dije gracias, muchas gracias. Correr también me ha dado la oportunidad de descubrir un extraordinario ser humano, que no solo ha tenido fe en mis loqueras, ha sido paciente para entrenarme, diseñar mis rutinas, correr a mi paso, aunque eso signifique trotar para él, darme un tour por rutas que en solitario descubrió y hoy comparte conmigo. Animarme a cerrar los últimos metros con lo que me queda de gas en las piernas. Tomar fotos durante las carreras, inscribirme a otras y hoy animarme a aprender a nadar y entrenar para mi primer triatlón.

Gracias Lalo por que me has enseñado el significado de “compartir” sin dejar mi independencia de lado. Siempre supe que sería mi propio reto, mi logro, pero lo hicimos juntos y juntos llegaríamos a la meta.

“Estoy tan feliz. Yo nunca sentí esto antes. Estoy exactamente donde quiero estar”.